En política es fundamental dibujar un retrato positivo de uno mismo, y negativo de los rivales. Y, una vez dibujados esos retratos, conseguir que calen en la opinión pública. La oposición (PP y Ciudadanos) trata de que los españoles asuman como cierto que Pedro Sánchez es, por decirlo así, un delegado de populistas e independentistas; que es un okupa de la Moncloa; y que nuestra economía ha enfilado con determinación el camino del desastre a medio plazo.
Como contrapartida, la fábrica de retratos del PSOE dibuja un presidente Sánchez atento a los problemas, valiente y listo para acabar con la herencia dejada por el malvado Rajoy. Como complemento, sitúa a PP y a Ciudadanos en la extrema derecha, en competencia con Vox, la nueva bestia negra de la democracia española. Y hasta el CIS de Tezanos ha acudido al rescate del presidente, haciendo una pregunta inhabitual en esos sondeos: ¿qué partido es responsable de la crispación? El PP encabeza esa lista. El plan se completa con el retrato personal que se hace de Casado, como un extremista aznariano. El propio Casado ha alimentado esa tesis con frases trompeteras, en las que acusa a Sánchez de golpista.
En efecto, el PP ha tenido un giro a la derecha en su lenguaje desde que lo lidera Pablo Casado. Incluso muchos en el PP discuten esa estrategia por considerarla errónea. Y hasta Pedro Sánchez le aconseja que se modere y se centre, como si el líder socialista tuviera el más remoto interés en que los populares estén mejor de lo que están. Consideran que lo conveniente para el PP es buscar el centro para robarle votos a Ciudadanos.
Pero Casado tiene otra visión de su futuro electoral. En los despachos de Génova han llegado a la conclusión de que los votos de Ciudadanos están muy consolidados y, por tanto, el PP tendría serias dificultades para disputarle el centro a Albert Rivera. Los votos están, según esta línea de pensamiento, más hacia la derecha.
Y ahí es donde Pablo Casado se topa con Vox. Los populares no quieren dejar esa franja del espectro político al partido de Santiago Abascal, porque puede dejarse allí entre medio millón y un millón de votos que serían determinantes para ser o no ser la segunda o, incluso, la primera fuerza política del país. Y el criterio que manejan en el PP es que no se le puede cerrar el paso a Vox con mensajes centristas, sino claramente de derechas y con un léxico inequívoco.
Si Casado está en lo cierto, las urnas lo dirán. Las elecciones andaluzas del 2 de diciembre serán un primer test, aunque no determinante, porque Andalucía no es el mejor territorio para el PP. El gran examen llegará en las municipales y europeas de mayo. Esa encuesta será mucho más fiable que la del CIS.
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