VICENTE VALLÉS. PERIODISTA
OPINIÓN

¿A las urnas en noviembre?

El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, acompañado de su mujer Begoña Gómez (d), vota en las elecciones municipales, autonómicas y europeas en un colegio de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón.
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, acompañado de su mujer Begoña Gómez (d), vota en las elecciones municipales, autonómicas y europeas en un colegio de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón.
EFE
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, acompañado de su mujer Begoña Gómez (d), vota en las elecciones municipales, autonómicas y europeas en un colegio de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón.

Más de mes y medio después de las elecciones generales, España vive en ese limbo político que supone tener un Gobierno en funciones. Uno más. En el Reino Unido, atrapados en su propia trampa irresoluble del brexit, Theresa May anunció que renunciaría como primera ministra dos semanas antes de renunciar de facto, con la perspectiva de que el Partido Conservador tarde ahora dos meses en elegir a un nuevo líder, mientras May hace de primera ministra en funciones y su sucesor sabe que –igual que May– también tendrá dificultades para ejecutar el brexit sin acuerdo del Parlamento, que no cambia su composición porque, de momento, no está previsto que se celebren elecciones. Será, por tanto, el mismo Parlamento que ha impedido a May aplicar su plan de salida. Un barullo.

En España, Pedro Sánchez aspira a gobernar como si tuviera mayoría absoluta, cuando está a 53 escaños de disfrutar de esa situación que los partidos consideran idílica, siempre que no la disfrute el rival. Los socialistas cuentan con la ventaja de saber que no hay Gobierno alternativo. Aunque sí hay alternativa: la repetición de las elecciones. En ese caso, los españoles tendríamos ese privilegio que tanto obsesiona a los independentistas catalanes: votar una y otra vez, aunque sea para nada (en Cataluña votan sin pausa, pero no hay Gobierno efectivo desde hace años).

Y es para nada, porque desde diciembre de 2015 hemos tenido tres elecciones generales, año y pico de gobiernos en funciones, investiduras fallidas, presupuestos prorrogados, una moción de censura, un Gobierno inoperante con 137 escaños (el de Rajoy), otro Gobierno inoperante con 84 diputados (el de Sánchez), y mucho entretenimiento político, eso sí. Esa ha sido, una y otra vez, la decisión de los votantes, atraídos por el atractivo que provoca la atomización parlamentaria en cada vez más partidos, cada vez más empequeñecidos.

Una opción es que la parálisis política lleve a Pedro Sánchez a presentarse a la investidura en julio sin disponer de los apoyos suficientes y, por tanto, que pierda la votación. Ya lo hizo en 2016, y volvimos a las urnas. Y si llegado el mes de septiembre no ha habido investidura, habría elecciones automáticas en noviembre. Pero si Sánchez logra el apoyo en julio, ¿lo conseguirá también para aprobar los presupuestos en otoño? ¿Quién los votará? ¿A cambio de qué? ¿Cómo conseguirá los 53 votos que ahora le faltan en el Congreso? Y sin olvidar que ya estamos con unos presupuestos prorrogados: los de Rajoy del año pasado.

Gobernar en solitario es muy cómodo. Pero solo es realista pretenderlo cuando las urnas te han concedido ese privilegio. Y hace años que las urnas no privilegian de esa forma a nadie.

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