ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Pajarillos y haikus de guerra

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Un niño vuelve del colegio y atraviesa solito el parque de la Villa Comunale, uno de los más hermosos de Nápoles. Es un día radiante de primavera y los pájaros cantan entre los macizos de flores y los árboles (hay fragantes eucaliptos y pinos y esbeltas palmeras). El niño se detiene a escucharlos y entonces, oh sorpresa, un canario silvestre llega volando y se posa delicadamente en su hombro.

El niño siente su presencia ingrávida. Está tan emocionado que no se atreve a moverse y nota cómo se le acelera el corazón. "Si me sigue latiendo tan fuerte, lo espantaré", piensa. Pero es incapaz de evitarlo: su pecho se convierte en un tambor y, quizá por ello, el pajarito echa a volar y se va.

Cuando el niño llega a casa y su madre le pregunta qué tal le ha ido el día, responde: "Se me ha posado un canario en el hombro". La madre no le da mayor importancia y se interesa por las clases, si se ha sabido la lección, a qué ha jugado en el recreo, si tiene tarea…

El niño siente una decepción íntima. ¿Qué importan los afluentes del Po o la conjugación de los verbos irregulares? Para él lo mejor ha sido esa pequeña epifanía en el parque, pero se da cuenta de que no ha sabido contársela a su madre con elocuencia. El niño tuvo conciencia entonces del poder de las palabras, del valor de saber transmitir nuestros pensamientos y sensaciones. Ese es, justamente, el arte de la literatura. Y quizá allí nació la vocación de un novelista, porque aquel niño es Raffaele La Capria, un autor muy valorado en Italia, que cumplió 95 años hace unos meses.

Cuando recuerdo esta anécdota del canario siempre pienso que, si en vez de en Nápoles, hubiera sucedido en Kioto, podría haber dado lugar a un precioso haiku. Esta estrofa japonesa ha servido tradicionalmente para expresar los sentimientos que produce la contemplación de la naturaleza y suelen anidar en ella muchos pajarillos (símbolos universales del amor, pues tanto en Japón como aquí les gusta trinar en primavera, la estación por excelencia de los enamorados).

Pero no todos los haikus celebran la naturaleza. Los hay que abordan asuntos muy diferentes, y esto se puede comprobar en un libro publicado hace poco por la editorial Hiperión. Se titula Haikus de guerra y está compuesto por poemas de asunto bélico seleccionados (y, en algún caso, escritos) por las traductoras Seiko Ota y Elena Gallego.

Según cuentan estas profesoras en el prólogo, hacia 1931 cobró fuerza en Japón una corriente literaria que defendía el abandono de los temas bucólicos para incluir los valores de la sociedad de su momento (que era industrial, urbana y rabiosamente nacionalista y belicista). ¡Ya está bien de describir ranas que saltan a un estanque, queremos cantar la guerra!, clamaban algunos de estos jóvenes poetas. Y así lo hicieron. Motivos de inspiración no les faltaron, porque Japón estuvo en guerra toda la primera mitad del siglo XX (y ya sabemos cómo acabó aquello).

El reflejo de lo bélico en estos haikus es muy variado. Yo prefiero aquellos poemas más íntimos, que describen situaciones tan poco heroicas como la de unos soldados que encuentran un frondoso trigal y lo aprovechan para ocultarse en él y aliviar el vientre. Y me impresionan mucho las edades de los pilotos suicidas (los famosos kamikazes), todos apenas veinteañeros, que antes de hacer su último vuelo componían unos versos. Los que dejó un piloto de 21 años llamado Mizokawa dicen así: "Para deshojarse / florecerá, precipitado / el cerezo joven".

Qué tristes los arbolitos que florecen prematuramente y ven luego segados sus pétalos por el cierzo. Estos limpios días de febrero, con sus almendros floridos, quizá sean propicios para leer este libro. Y quizá tengamos la fortuna de que se nos pose un pajarito en el hombro y nos haga sentir la belleza del mundo.

Ojalá nos dé también las palabras más elocuentes y hermosas para contarlo.

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