De todo lo que hemos oído estos días, a propósito de El Trumpazo, me quedo con lo de Angela Merkel:

-Democracia, libertad, el respeto a la ley y a la dignidad humana independientemente de procedencia, raza, religión, sexo, orientación sexual u opinión política. Sobre la base de estos valores ofrezco una estrecha cooperación al futuro presidente de los Estados Unidos.

No está mal que alguien recuerde a Trump esos valores, que están en los cimientos de la política y él se ha pasado en estos meses por el forro de la campaña. No está mal recordar que siguen vigentes en este conjunto de individuos, países y problemas que llamamos Europa, compuesto por entidades tan complejas como este conjunto de individuos, pueblos y problemas que llamamos España. Aunque nos pasemos la vida hablando de lo que nos diferencia, no está de más recordar que todavía compartimos el respeto a la  libertad, la ley y la dignidad humana ni está de más recordar que esos valores son comunes a todos los individuos independientemente de su sexo, procedencia, opinión política o religión. No estaría mal, ya puestos, que en lugar de ahondar en sus diferencias tribales, como acostumbran, los políticos españoles incluyeran en su análisis de situación razonamientos parecidos. Y no estaría mal, en fin, que  los políticos europeos se leyeran a sí mismos la cartilla: la respuesta de Europa a Trump no puede consistir en una defensa verbal de los valores democráticos sino en el ejercicio efectivo de esos valores empezando por la dignidad humana, vapuleada por la crisis y por unas políticas económicas que a esos humanos tan dignos los tratan como meras cifras.

Que la líderesa gaste la mitad de su felicitación en recordar conceptos tan elementales nos da una idea de cómo está el patio. Ya no estamos hablando de riesgos sino de certezas: Trump va a ser el presidente de los Estados Unidos. La primera democracia del mundo -por número de habitantes- la va a gobernar un individuo con ideas propias sobre la democracia, un personaje pintoresco, un nacionalista cerril, un millonario muy popular y muy populista con una agresividad que asusta, unas ideas que espantan y una estética tan chocante que roza el frikismo. Tranquiliza pensar -triste argumento- que ningún gobernante cumple sus promesas y Trump tampoco cumplirá las suyas. Tranquiliza advertir que la política americana es una máquina donde el presidente es tan solo una pieza del engranaje. Tranquiliza observar que en sus primeros discursos Trump está endulzando sus planteamientos.  Pero no sé yo si tanto tranquilizante será suficiente para los habitantes de América Latina, donde los cambios en la Casa Blanca se sufren más que en Estados Unidos, para quienes intentan frenar el calentamiento global o para los miembros de colectivos, grupos étnicos y minorías sociales a quienes Trump ha ido metiendo el dedo en el ojo.

El fenómeno Trump no es un solo un fenómeno estético o demoscópico, ni siquiera político. Que llegue a la Casa Blanca un individuo aplaudido por Marine Lepen y denostado por el 98 por ciento de los periódicos estadounidenses es un fenómeno histórico de grandes dimensiones, que quizá sea demasiado pronto para valorar. La primera pregunta no es ¿por qué ha ganado Trump? sino ¿por qué ha perdido el Partido Demócrata, con lo bien que lo había hecho Obama? De pregunta en pregunta, llegaríamos a ésta: ¿Y si resulta que Trump es tan solo un síntoma de las dolencias del sistema, agravadas en los últimos años?

Ante esas preguntas y ante la amenaza que Trump supone para las  democracias occidentales, solo se me ocurre una respuesta: la democracia se defiende con democracia, con esos valores que Merkel ha enumerado pero además hay que ejercer. Los primeros que deben defender la dignidad humana y demás valores europeos, si quieren salvar los muebles de nuestro sistema de convivencia, son precisamente quienes gobiernan en Europa.