Tras la investidura, la opinión está dividida: los que piensan que la legislatura va a ser breve pero intensa y los que pensamos que puede ser intensa y duradera. Incluso si se produce en el PSOE un nuevo giro de 180 grados -lo que no hay que descartar, visto lo visto- estamos abocados a un periodo de estabilidad inestable o de inestabilidad estable, si usted prefiere, de cierta duración. Ciudadanos y el PSOE se lo pondrán difícil a Rajoy, aunque solo sea para justificar su apoyo, y de vez en cuando todos los grupos de la oposición se pondrán de acuerdo para darle un revolcón al Gobierno y recordarle su cruda realidad: solo tiene 137 escaños. Pero eso no quiere decir que la legislatura sea breve. PSOE y Ciudadanos tienen cogido a Rajoy por los escaños, pero Rajoy los tiene cogidos a todos por donde más duele: el Boletín Oficial del Estado. A partir de mayo podrá convocar elecciones cuando le convenga y pillarlos con el paso cambiado. A Ciudadanos, que con su apoyo al PP reduce su propio margen de maniobra, le interesa mantener el actual estatus cuanto más tiempo mejor. Podemos necesita un respiro para rediseñar sus políticas y encarrilar sus problemas internos que -no se hagan ilusiones sus adversarios- son problemas de crecimiento: mientras en algún otro partido no se sabe quién manda en Podemos hay unos cuantos con ganas de mandar; no es mala noticia, para una organización tan compleja. Respecto al PSOE… párrafo aparte.

En el Partido Socialista, donde no cuidan bien a los heridos ni entierran bien a los muertos, puede pasar de todo. Fue impresionante ver como Antonio Hernando, dirigente residual del periodo anterior, se comía con cierta dignidad el sapo de la abstención y después Mariano Rajoy, tan tranquilo, trataba a Pablo Iglesias como jefe de la oposición. Así seguirá ocurriendo mientras los socialistas sigan huérfanos. Lo suyo es que intenten resolver esa situación cuanto antes, en el congreso del partido, pero no lo tienen fácil. Aparte de los heridos mal curados y los muertos mal enterrados, los congresos del PSOE son como ese tenebroso juego de la güija, o la ouija, que da título a una película recién estrenada: muchos ponen el dedo sobre el culo de un vaso que corre de acá para allá sin saber quien lo controla ni donde va a parar.

Una vez, hace siglos, saliendo de madrugada de un congreso socialista, me encontré en la puerta a un hombre de pelo rizado que se echaba un melancólico cigarrillo mirando a la luna y me decía:

-No entiendo nada.

Se llamaba Ciprià Ciscar y acababan de elegirlo secretario de Organización. Y es que los congresos del PSOE se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Con la agravante, en el próximo, de que tampoco se sabe cómo empieza, porque no está clara la paternidad -o maternidad- del motín que descabezó al partido y le hizo pasar del "no es no" a la abstención. Tras la caída de tres líderes en cinco años ¿quién manda en el PSOE? ¿la gestora, la agrupación Miguel Yuste, de la que hablaban en tiempos remotos los guerristas en referencia a los editorialistas de El País, el Comando Rubalcaba, los andaluces, los barones…? ¿Quién va a gestionar la situación creada? ¿Quién le va a explicar al perplejo electorado y a la soliviantada militancia que Rajoy sigue gobernando gracias a la abstención de los socialistas? ¿Qué posibilidades hay de un nuevo vuelco, en primarias? Ni idea.

La buena noticia, para todos, es que el futuro ya está aquí. Que después de estar un año mareando la perdiz  ha empezado la guerra con fuego real. Que a partir de ahora el que no corre vuela, que quien gobierna con 137 escaños no puede actuar como si fuera el dueño del cortijo y quien sueñe con gobernar en el futuro tendrá que aclarar sus ideas y corregir sus errores. A lo largo de este monumental fracaso colectivo que han protagonizado todos ellos durante el último año, los errores han sido mucho más abundantes que las ideas.