Lo malo de los callejones sin salida es eso: que no tienen salida. Una vez dentro, solo tienes dos opciones: volver por donde habías entrado, con riesgo de dar de bruces con tus perseguidores, como pasa en las películas, o saltar la tapia del fondo, aunque no sepas lo que hay al otro lado, con riesgo de romperte una pierna al caer o que te maten cuando estás en lo más alto, aprovechando que tu huida hacia adelante te ha convertido en blanco fácil. Hay incluso una tercera posibilidad, que también manejan en el cine: la de quedarte por tiempo indefinido en el callejón, escondido en un contenedor de basura, para que no te vean los malos, o parapetado de cualquier manera y disparando hacía la calle principal.

En el caso del PSOE, la gestora que se hizo cargo del partido tras el motín de los andaluces está por la primera vía: darse la vuelta y deshacer el camino andado, aunque tengan que salir del callejón con los brazos en alto; cualquier cosa con tal de frenar la huida hacia delante de Pedro Sánchez y no tener que saltar tapias de incierto futuro. Ese paso atrás puede significar un paso adelante para quienes llevaban demasiado tiempo metidos en un callejón, es verdad. Pero lo malo vendrá luego, una vez en la calle, si es que de aquí al domingo el PSOE consigue ponerse de acuerdo consigo mismo y tejer algo parecido a la unidad o, por lo menos, a la disciplina. ¿Hacia dónde va esa organización? ¿Qué respuesta va a dar a los votantes, militantes y dirigentes que se resisten a sostener, con su abstención, al partido de Bárcenas y la Gürtel? ¿Quién se va a encargar de dar esa respuesta y de gestionarla? ¿Qué piensa ofrecer a los españoles en futuras elecciones? ¿Qué hará para recuperar la conexión perdida con electores, simpatizantes y afiliados? ¿Creen posible la reconstrucción de la izquierda ignorando la existencia del aglomerado disperso, pero real, que representa Podemos? ¿Qué posibilidades tiene de volver a ser alternativa de gobierno si ha quedado hecho migas en comunidades donde tenía sus más hondas raíces, como el País Vasco, o sus mayores caladeros de votos, como Cataluña? ¿Acaso piensan recuperar el crédito perdido en esas comunidades con el discurso territorial de Susana Díaz o el de Guillermo Fernández Vara, que a duras penas se distingue del de Rajoy? Porque está muy bien eso de demonizar a Sánchez por soñar –no hizo más que eso- pactos imposibles con quienes tienen un concepto diferente del Estado, pero  ¿qué futuro tiene ese Estado si no se habla con quienes tienen un concepto diferente? ¿Acaso la única respuesta que se puede dar a los que llevan a sus máximos extremos la diversidad es la apelación cerrada a la unidad?

Eso en la que atañe al callejón sin  salida en el que se han metido los socialistas. Luego está el callejón sin salida donde nos han metido entre todos a usted y a mí, que ya llevamos casi un año dándonos cabezazos contra la pared. ¿Que pasa? ¿Que de aquí no nos saca nadie? ¿Que la única solución que se les ha ocurrido en estos diez meses es que siga gobernando en solitario el PP, con 137 escaños? ¿Que ninguno de los dirigentes de los múltiples partidos que ahora nos representan ha sido capaz de encontrar, con o sin Rajoy, una solución más imaginativa, más representativa, más adecuada para garantizar la estabilidad y para dar respuesta a las preocupaciones de los ciudadanos y a su probada ambición de cambio?

Evidentemente, no, no han sido capaces.  Por eso ahora, hagan lo que hagan, nos va a parecer poco. Sea lo que sea lo que voten los socialistas en su comité federal, lo que proponga el Rey en su ronda de consultas y lo que ocurra en la sesión de investidura, que según todos los síntomas podría celebrarse a final de mes, ya sabemos lo que va a decir la gente porque ya lo está diciendo: para este viaje no hacían falta alforjas. Para meternos en callejones no necesitamos líderes, que ya nos metemos solos.