ROSALÍA LLORET. PERIODISTA Y EXPERTA DIGITAL
OPINIÓN

La muerte digital os sienta tan bien

Rosalía Lloret, periodista.
Rosalía Lloret, periodista.
JORGE PARÍS
Rosalía Lloret, periodista.

El pasado viernes, Facebook dio por muerto a su fundador, Mark Zuckerberg, junto a otros millones de usuarios de la red social más popular del planeta. La ‘masacre digital’ se debió a un error informático que, durante un “breve periodo de tiempo” -según el comunicado oficial-, hizo aparecer un mensaje necrológico conmemorativo en la cabecera de millones de cuentas. “Esperamos que los allegados de Mark encuentren confort en las cosas que otros comparten para recordar y celebrar su vida”, decía la nota en el perfil de Zuckerberg. Y exactamente el mismo mensaje de condolencias (con el nombre correspondiente cada vez, claro) aparecía en otros tantos millones de perfiles, con el previsible cachondeo de algunos de sus muy vivos dueños.

Aunque Facebook pidió muchas disculpas por el “terrible error”, sus portavoces no han explicado cuál fue la causa. Pero es de imaginar que la mega-red social está afinando su estrategia y opciones ante una realidad cada vez más rotunda y obstinada: ya son millones los usuarios de Facebook que han muerto desde la creación de la compañía. Solo en 2016, y según las estimaciones de la web Digital Beyond (algo así como el “Más allá digital”), serán cerca de 970.000 fallecimientos de entre un total de 1.800 millones de usuarios de la red social en todo el mundo. Y tras de ellos queda un legado digital inmenso -casi siempre público- que hay que considerar: basta pensar que cada día se suben 300 millones de fotos a Facebook.

¿Qué hacer con ese creciente ‘rastro’ digital que vamos dejando los humanos en las redes? ¿quién se encarga de él y cómo? Son pocos los internautas que comparten sus contraseñas con familiares o amigos para que puedan tomar luego las riendas. Y, obviamente, las grandes redes sociales y compañías tecnológicas no permiten que alguien acceda a la administración de otra cuenta a no ser que haya probado oficialmente el fallecimiento del usuario y su vinculación directa con el finado. Un procedimiento bastante oneroso burocrática y emocionalmente que -unido al puro desconocimiento de la actividad digital en otras redes por parte de estos allegados- resulta en el simple abandono de muchas cuentas. Y en que éstas, por ejemplo, nos sigan notificando dolorosamente los cumpleaños de algunos seres queridos ya fallecidos.

Google fue la primera de las grandes compañías de Internet en poner en marcha en 2013 una especie de ‘testamento digital’ que permite facilitar este proceso a sus usuarios y ahorrar dolor a familiares y amigos. Su gestor de cuentas inactivas nos permite decidir qué hacer si nuestra cuenta permanece inactiva un largo número de meses (de 3 a 18), y después de haber lanzado una alerta digital a nuestro móvil, por si acaso: podemos señalar uno o varios ‘herederos’, que tendrán acceso a las partes que queramos de nuestra cuenta -Gmail, Docs, Contactos, Youtube, etc- o podemos simplemente pedir que Google borre todos nuestros datos.

El año pasado, Facebook se sumó también a las opciones de legado digital, permitiendo que elijamos entre la eliminación de toda la cuenta (en cuanto se notifique el fallecimiento) y la designación de un ‘amigo’ en la red que podrá convertir nuestro perfil en una especie de ‘Memorial’. El contacto de legado podrá guardarse una copia de todos los datos, actualizar la foto de perfil, incluir algún mensaje conmemorativo y responder a posibles solicitudes de amistad; pero no podrá acceder a la cuenta para borrar publicaciones o fotos antiguas, ni eliminar a nadie de la lista de amigos. Para evitar disgustos, aparecerán las palabras “En memoria” junto al nombre de la persona en el perfil, y no habrá más notificaciones para felicitar cumpleaños o hacerse amigo.

El problema puede parecer morboso o demasiado moderno, pero lo cierto es que la proliferación de espacios donde publicamos o volcamos una buena parte de nuestras vidas es cada vez mayor, y estamos muy lejos de controlar qué será de ellas cuando hayamos muerto.

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