Casi dos siglos de experiencia y miles de millones de viajeros a sus espaldas no han servido al primer turoperador de la historia, Thomas Cook, para evitar su catastrófica quiebra de esta semana.

Una víctima más en la larga lista que va dejando a su paso la revolución digital, apuntillada además por el brexit, la subida del petróleo y la devaluación de la libra.

La culpa no es "de internet" como dirían algunos, sino de casi todos nosotros (los viajeros), que nos hemos acostumbrado demasiado rápido a poder elegir directamente destino, vuelo y hotel de entre cientos de opciones, frente a los paquetes cerrados de agencia.

Nos hemos cansado de 'primeras líneas de playa' que no lo eran, de 'parajes paradisíacos' petados hasta la bandera, o de extras en destino a precio de caviar; y ahora escrutamos precios, servicios, fotos, mapas y valoraciones en Airbnb, Booking, Expedia…

Pero también es culpa de corporaciones antaño todopoderosas como Thomas Cook, que en lugar de invertir para acelerar su transformación digital y competir con las nuevas plataformas tecnológicas, decidió en 2007 fusionarse con otro dinosaurio de los turoperadores mundiales, MyTravel, que no aportaba herramientas o expertise digital, sino aún más aviones y agencias de viaje a pie de calle. Resultado: 1.104 millones de euros de pérdidas solo por la fusión.

Es difícil no hacer paralelismos con la supercadena de videoclubs Blockbuster de EE UU, que en el 2000 se rio en la cara de los fundadores de Netflix cuando estos le ofrecieron la compañía por 50 millones de dólares (ahora vale 115.000 millones), según cuenta uno de ellos en su libro recién publicado.

O con el gigante Nokia, que despreció la increíble usabilidad de los recién nacidos iPhone, frente a la solidez y reputación de los entonces omnipresentes móviles finlandeses. Suma y sigue.