PEPA BUENO. PERIODISTA
OPINIÓN

Prostituta a los 13

Pepa Bueno.
Pepa Bueno.
JORGE PARÍS
Pepa Bueno.

A veces el horror habita muy cerca de nosotros. Tan cerca que no lo vemos. ¿O es que no lo queremos ver?

Cuando crees que la condición humana ya no puede sorprenderte, te asomas a este diario y lees: "Rescatada una niña de 13 años que se prostituía para comprarle alcohol y tabaco a su madre". En Almería, aquí al lado, en ese lugar que tú asocias a la playa y los días de vacaciones. Luego sigues leyendo y descubres que un tipo, un hombre, de 59 años, era cliente habitual de la niña. Y que un hostelero la tuvo empleada por cinco euros al día. Ni la niña ni su hermano de nueve años, del que se hacía cargo ella, estaban escolarizados. Toda la vida dando noticias y todavía hoy una historia como esta te petrifica ante el ordenador.

Entonces apartas la vista de la pantalla, te levantas de la mesa y te asomas a la habitación de tu hija adolescente. Los libros, los cuadernos, el cargador del móvil, sus primeros maquillajes, la barra de labios, los vaqueros, ese pequeño universo confortable de un proyecto de adulta a la que la vida no le ha descubierto todavía su cara menos amable. Los hijos como artículo de lujo, protegidos, mimados hasta donde las posibilidades de cada uno lo permiten.

Vuelves al ordenador, el padre de la niña era ruso y está muerto. El padre del niño, su hermano, es español y nunca dio señales de vida. Y piensas en la soledad de esa niña en este mundo hiperconectado. Lo sabemos todo de Trump, de Cristiano Ronaldo, de Messi, de Lady Gaga y de la Super Bowl. Y nadie sabía que el horror caminaba cada día por el Paseo Marítimo de Almería, en forma de niña de 13 años ofreciendo su cuerpo a cualquiera a cambio de alcohol, tabaco, comida o 15 euros.

Hace años estuve en Camboya, en un viaje organizado por la asociación Escuela para Todas de la revista Marie Claire, que garantiza educación de calidad a niñas procedentes de la explotación sexual o las tareas agrícolas, y me impresionó una alumna brillante de mirada muy triste. En la escuela reciben una formación que las prepara para ser lo que quieran en la vida. Le pregunté qué quería ser de mayor. Y me respondió que trabajadora de la maquila. Empleada en cualquiera de las muchas fábricas de ropa para occidentales que hay a las afueras de la capital, Phnom Penh, donde trabajan largas jornadas a cambio de muy poco dinero. A esa niña le habían robado algo mucho más importante que su cuerpo pequeño o sus horas de juego. Le habían robado los sueños.

Me he acordado de ella leyendo la historia de Almería. ¿Con qué soñaría esa niña hasta que la Policía la ha liberado de su esclavitud? ¿Qué imagen de futuro ocuparía sus noches allí donde los nuestros sueñan con ser médicos, futbolistas, cantantes o astronautas?

Perdonen que hoy no les hable de Pablo Iglesias, ni de Íñigo Errejón, ni de Rajoy, ni de Artur Mas, ni de Susana Díaz, ni de Pedro Sánchez.

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