ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Tiranos en pijama

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Me llama mucho la atención cómo, en cualquier fiesta escolar de disfraces, muchas niñas aparecen vestidas con tules y faldas de amplio vuelo, como si fueran princesas de las películas de Disney, que parecen ser uno de sus ideales estéticos (y no sé si éticos). Esta pervivencia principesca indica que las historias de las que surgen las Cenicientas y Bellas Durmientes de parvulario se mantienen vivas, aunque sea en versiones a veces muy degradadas. En ellas, inevitablemente, están también los Barbazules, las torvas madrastras, los monstruos y las manzanas envenenadas.

En los cuentos tradicionales, a menudo se describía a los reyes, príncipes y aristócratas como modelos de valentía, sabiduría y rectitud, pero otras veces se les presentaba como seres despreciables, caprichosos y altaneros. Las narraciones populares recreaban muchas situaciones reales y, a menudo, terribles: la guerra, la enfermedad, el hambre, el desamparo infantil y los abusos de todo tipo. El aire de fábula de estas historias hacía tolerable la presencia de situaciones que, en un tono más realista, no se podrían contar en voz alta. El recurso retórico al "Érase una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano" a menudo quería decir "Esto pasa aquí y ahora".

La última ópera compuesta por Rimski-Kórsakov se titula El gallo de oro y tiene esa engañosa apariencia de un simple cuento lleno de magia y exotismo. El protagonista es un déspota (el zar Dodón) inepto y perezoso. Su objetivo es gobernar sin salir de la cama y, para conseguirlo, recurre a un astrólogo, que le proporciona un gallo mágico cuyo canto le alertará si hay algún peligro. Así, se entera de que el país vecino le ha declarado la guerra y Dodón envía a luchar a sus hijos (tan inútiles como él) al mando de sendos ejércitos. Tras la masacre de las primeras tropas, el zar se ve obligado a movilizar a los veteranos y a marchar él mismo al frente, para lo que debe cambiar su pijama por una armadura quijotesca. Dodón, cuando se encuentra con su enemiga, la zarina Shemajá, queda completamente seducido por ella, pues es bellísima (y tiene un aria espectacular, conocida como el Himno al sol, verdaderamente radiante). Se concierta el matrimonio entre ambos y el ridículo Dodón regresa triunfal a su reino (el pueblo, aún más torpe e idiota que él, le aclama), aunque todo terminará de forma calamitosa, pero no es cuestión de contarlo aquí.

El libretista de Rimski-Kórsakov, Vladímir Belski, se inspiró en un relato de Pushkin para crear este cuento satírico, pero estaba claro –la censura oficial no tuvo ninguna duda– que quería aludir al zar reinante en aquel momento, Nicolás II, quien había demostrado una inepcia similar a la de Dodón en el gobierno de su país, especialmente en la guerra contra Japón (1904-1905), cuyos devastadores efectos en la moral rusa se pueden comparar a los que tuvo la derrota de España frente a Estados Unidos en 1898.

Hubo episodios en aquella guerra que, si no hubieran costado vidas humanas, nos parecerían cómicos, como cuando la Armada del Báltico, tras un viaje larguísimo y lleno de incidentes –los pesados buques de guerra tuvieron que bordear Europa, África y el sur de Asia–, fueron derrotados en la primera batalla, a las puertas de Japón, lo que puso fin de un plumazo al poderío naval ruso.

La música de El gallo de oro es hermosísima. Estos días se está representando en el Teatro Real de Madrid de manera inmejorable: no se puede tocar, cantar ni actuar mejor, es difícil concebir una escenografía más afortunada. Además, la ópera mantiene su mensaje corrosivo como sátira de la tiranía y la estupidez. Igual que en 1909, cuando se estrenó, hoy también abundan en el mundo los gobernantes estrafalarios, belicosos y fanfarrones que nada tienen que envidiar al zar Dodón. Ojalá supiéramos desenmascararles, como lo hizo Rimski-Kórsakov, con la misma valentía y belleza.

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