ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Hostias y ostias

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

De niño yo no sé quién me metió en la cabeza la idea de que había hostias con hache y sin ella. Las primeras, sacratísimas y honorables, solían venir adjetivadas, bien por delante ("sagrada hostia") o bien por detrás ("hostia consagrada") y se referían al pan ácimo en el que, según las creencias católicas, se transustancia Cristo durante la consagración de la misa. Los escritores piadosos, además, tendían (y tienden) a escribir "Hostia" con mayúscula, venga o no a cuento, como si así se engrandeciera el concepto (fray Gerundio de Campazas, como es bien sabido, era también un gran partidario de las mayúsculas enfáticas).

La ostia sin hache (y en minúscula) remitía a toda una extensa colección de expresiones blasfemas o malsonantes que los niños debíamos evitar para no tiznar nuestras pequeñas almas. A veces venía también adjetivada de forma feroz (seguida por "puta") o acompañaba a verbos escatológicos ("me cago en…").

Seguramente quien me transmitió esta distinción entre "hostia" y "ostia" fue alguna catequista o algún profesor pudoroso. La Real Academia, no menos melindrosa, tampoco ayudaba a conocer la verdad ortográfica del asunto: en mis tiempos infantiles no se incluía ninguna mención al uso vulgar de la palabra y solo en 1989 los académicos se animaron a señalar que "¡hostia!" era una exclamación de sorpresa y, en 1992, que también podía significar "bofetada, tortazo". Por su parte, "ostia" venía definida escuetamente como "ostra", así que el asunto quedaba en el mayor de los misterios.

Con hache o sin ella, lo cierto es que la palabreja era incómoda incluso para los más devotos. Recuerdo haber escuchado a la filóloga Carmen Ugarte afirmar que las monjas del colegio en el que estudió siempre se referían al pan ácimo como las «formas» y jamás de otra manera. En las misas de la Real y Antigua de Gamonal a los niños nos entraba la risa cuando se cantaba solemnemente el "Hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada" y, todavía hoy, cuando leo el maravilloso poema de Claudio Rodríguez A la respiración de la llanura siento que se arruina todo su efecto poético cuando llegan los versos "¡Qué hostia la del aliento, qué manera / de crear, qué taller claro de muerte!", que me causan la misma impresión que si un cantante empezara a desafinar horriblemente en mitad de la más hermosa de las arias. Por mucho que uno se encumbre, es difícil decir o escribir "hostia" sin parecer ridículo o vulgar.

Lo cierto es que yo tenía olvidada esta distinción ortográfica hasta hace unas semanas, cuando leí un fogoso artículo de Juan Manuel de Prada en el que alababa a Mel Gibson y, entre otras cosas, afirmaba: "Gibson cuenta con un Dios que sabe cómo salir de la tumba; y, aunque le lluevan ostias hasta en el carné de identidad, se levanta una y otra vez, viril y tumefacto".

Ese "llover ostias" (sin hache), como una magdalena proustiana, me trasladó a la infancia y a esos distingos ortográficos y semánticos. En internet he visto mil ejemplos recientes del uso de "ostia" como sinónimo de "golpe" (entre otros, el caso célebre de un diputado que afirmó en Twitter aquello de "Como un perroflauta me acose por la calle, me intimide o me agreda, la ostia que se lleva ni se la va a creer").

Es hora de decir que estos usos ortográficos son arbitrarios y que tanto a Mel Gibson como al perroflauta les van a caer, en todo caso, sendas ensaladas de hostias, con hache.

Hay una razón filológica irrebatible que yo aprendí de la traductora María Barbero. Si para "golpear" o "pegar" existe la forma popular "fostiar" (que yo oí abundantemente en el barrio en el que me crié: "¡Que te fostio!", decían los matones), la evolución lógica de la palabra es a "hostiar" (verbo que no está recogido en el diccionario de la RAE, por cierto). De ahí, que la hache también sea necesaria en este tipo de hostias. Lo demás son remilgos o faltas de ortografía.

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