ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Los Reyes Magos y el aguinaldo

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Antiguamente, en los pueblos y ciudades de España los niños no encontraban el alud de juguetes con el que se les sepulta cada 6 de enero, sino que muy a menudo recibían solamente un aguinaldo. La Real Academia lo define actualmente como "regalo" navideño, pero en su edición del Diccionario de Autoridades de 1726 fue más precisa: "unas veces es de cosas comestibles y otras de dinero o alhajas".

Justamente a principios del siglo XVIII está ambientada la preciosa novela de Otfried Preussler Krabat, que comienza con el niño protagonista disfrazado de rey mago. Krabat y unos amigos van pidiendo –más bien mendigando– el aguinaldo por los pueblos, durante un terrible invierno. Esta maravillosa fábula, llena de fantasía y belleza, es una de las historias de raíz navideña más conmovedoras que recuerdo haber leído.

El aguinaldo no sólo lo recibían los niños, sino cualquier trabajador: las cestas de Navidad actuales no son más que ese regalo de "cosas comestibles" que se entregaba a los empleados de una casa o empresa. Hasta avanzado el siglo XX era común que ciertos trabajadores fueran a pedir la propina a los domicilios particulares y esto se reflejaba hasta en los tebeos. En los números especiales de Navidad de las revistas Pulgarcito o Mortadelo se veían viñetas con opulentas mesas presididas por un pavo asado y casas donde había criadas uniformadas que repartían el aguinaldo a todo el que llamaba a la puerta: el cartero, el carbonero, el sereno... Cuando yo leí estas historietas, en la década de los 80, quizá ya empezaba a ser una costumbre anacrónica en España.

La sobriedad en los regalos del pasado no significaba que adultos y niños no celebraran la Epifanía con mucha alegría y solemnidad. Jovellanos, en su diario, anotó cómo fue la de 1794 en Gijón: A mediodía repique general de campanas y salvas de artillería. El Te Deum por la noche. Vinieron las gentes a casa, y de ella a la iglesia; iluminada la torre.

Como vemos, el iluminar las calles o dar honores públicos a los Reyes Magos son costumbres muy antiguas. Todo esto, ya avanzado el siglo XIX, derivó en las lujosas cabalgatas que el 5 de enero representan la entrada del cortejo en las ciudades españolas.

Según el historiador Francisco José Gómez (autor de una Breve historia de la Navidad), en los pueblos de Castilla esa noche se permitía que los niños trasnocharan y armaran bulla por las calles, e incluso que encendieran hogueras en los altos. La razón de este alboroto era que los Reyes Magos no pasaran de largo y visitaran también su pueblo. Si oían el jaleo y divisaban las fogatas, acudirían al lugar, por muy humilde que fuera, del mismo modo que la luz de la estrella les llevó a Belén.

He encontrado un ejemplo precioso de esos cantos de la noche de Reyes en un libro reciente de Jesús Borro dedicado a Pedrosa del Príncipe (Burgos). Por desgracia, el autor no incluye la transcripción de la música, pero indica la letra que cantaban los niños:

Tengan felices los Reyes,

el señor cura el primero,

alcalde y regidores, 

y vecinos de este pueblo.

Y en el Oriente tres Reyes

su propio nombre se llaman,

Melchor, Gaspar, Baltasar,

descendientes de la Arabia. 

Se apean de sus camellos,

Melchor como es el primero, 

para hacer la adoración 

ante el redentor del Cielo.

El rey negro es el que falta

que viene del oceano [sic] 

a conocer a María

y a su hijo soberano.

Quede usted con Dios, señora,

con Dios ya está la mañana, 

que volvamos todos juntos 

y usted nos dará las gracias.

"Las gracias" es el aguinaldo, según indica el autor, quien también señala que los niños saltaban la estrofa del rey Gaspar para no alargar el canto y poder llegar cuanto antes a la siguiente casa, pues no dejaban ninguna sin recorrer.

Yo no les voy a pedir el aguinaldo, pero sí me gustaría desearles, como los niños de Pedrosa, que "tengan felices los Reyes", queridos lectores.

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