Pablo Iglesias decidió jugar muy fuerte cuando ordenó a su partido votar en contra de un Gobierno entre el PSOE y Ciudadanos, sabiendo que eso suponía nuevas elecciones y la posibilidad de un reforzamiento del PP. Jugó muy fuerte al aliarse con IU con el fin de sumar el millón de votos del partido de Alberto Garzón, lo que estuvo a un paso de costarle una guerra interna: Íñigo Errejón y su sector nunca han visto claro el acuerdo. Iglesias dio por hecho que iba a ganar en votos al PSOE y también en escaños.
Ha jugado muy fuerte... y, esta vez, ha fracasado. Ha sacado los mismos escaños que obtuvieron Podemos e IU por separado (71), pero 1.200.000 votos menos. Ni ha ganado en escaños al PSOE, ni tampoco en votos. Su posibilidad de lograr la presidencia del Gobierno, apuntada por las encuestas, ha movilizado un parte importante del voto de centro hacia el PP. El mérito de llevar a la tercera posición, cerca del PSOE, a un partido que hace tres años ni existía es enorme. Iglesias esta vez no ha triunfado, pero ha consolidado un proyecto con aspiraciones máximas. Y en eso ha ganado.
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