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OPINIÓN

Pablo y el orgullo de sentir sus siglas

El nuevo presidente nacional del PP, Pablo Casado, durante su intervención en el XIX Congreso de la formación.
El nuevo presidente nacional del PP, Pablo Casado, durante su intervención en el XIX Congreso de la formación.
Zipi / EFE
El nuevo presidente nacional del PP, Pablo Casado, durante su intervención en el XIX Congreso de la formación.

Pablo Casado y Soraya Sáenz de Santamaría no podían ser candidatos más diferentes. Un político nacido en las juventudes del partido, que recuerda con sentimiento de orgullo el PP de José María Aznar, frente a una alta funcionaria que llegó a la política directamente desde su puesto en un Ministerio y que es la principal legataria del pragmatismo de Mariano Rajoy. Así que el PP no se jugaba este fin de semana exclusivamente la presidencia del partido. También estaba en juego la forma en la que entender el PP. Y ganó la que defiende con orgullo sus siglas y no esconde su ideario, guste o no a la mayoría de los españoles.

La elección de Casado cierra posibles crisis internas de calado dentro del PP, que —tal como respondieron los compromisarios a su nuevo presidente— tiene la posibilidad de volver a generar ilusión entre los suyos. Sin embargo, superada la batalla interna, el PP se enfrenta ahora a un reto más complicado que si hubiese ganado Sáenz de Santamaría: volver a conectar con una mayoría de los españoles. Porque a la vez que Casado genera más ilusión que Sáenz de Santamaría entre los suyos, quizá también genera más rechazo ante un sector de la sociedad que lo sitúa más a la derecha que a su rival.

La parte positiva para el PP es que Casado tiene tiempo más que suficiente para resituarse en el tablero ideológico. Desde luego, no será el primero en hacerlo. El Pedro Sánchez netamente de izquierdas que se enfrentó a Susana Díaz en las primarias del PSOE se preocupó en centrar su imagen con cierta rapidez, asumiendo posiciones tan decisivas como el apoyo cerrado a aplicar el 155 en Cataluña. Y lo consiguió.

También lograron moverse con cierta alegría en la escala ideológica tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera. Hace apenas dos años, ambos coincidían en no definirse ni de izquierdas ni de derechas. Ahora están ya bastante más catalogados.

La política va ahora realmente rápida, así que todo está abierto. Hace apenas dos meses, Mariano Rajoy era el presidente de España y nada hacía presagiar que no fuese a llegar a agosto en ese cargo, y menos que abandonase la presidencia del PP. Pero así ha sido. Y su partido, lejos de ahondar en la depresión que tenía y abrir un proceso de sucesión eterno y suicida, ha sabido afrontar el relevo en un tiempo récord. Si el PSOE, con un proceso de primarias bastante más largo (y más sangrante) ha pasado de ocupar el tercer lugar de las encuestas a gobernar España y liderar los nuevos sondeos, nada está escrito para el PP.

Ahora es el momento en el que Casado tiene que definir sus movimientos y encarar una nueva dirección. Su primera batalla relevante será en las elecciones autonómicas y municipales de mayo 2019. Quedan diez meses. Y la política española se ha empeñado en demostrar que ese tiempo es una eternidad.

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