IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

Pactar las palabras

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Cambiar de idioma es uno de los retos que, como sociedad, nos exige un Congreso fragmentado. Me explico. En pocos lugares el concepto de diálogo político tiene tal carga negativa como en España. A veces lo desprestigian los propios políticos, otras los analistas. Se demonizan los acuerdos de "despachos", cuando es en ellos donde se habla en democracia.

¿Nos gustaba más cuando se hacía política en el Azor? ¿O cuando se hace en los palcos de fútbol? Lo mismo cabe decir de quienes equiparan la negociación política del Congreso con el mercadeo propio de un zoco.

¿No aspiramos a que nuestros representantes defiendan nuestras aspiraciones en el Congreso? No puede ser que a la exigencia política legítima de un grupo la llamemos "chantaje"; ni que "diálogo" se tome por sinónimo de "debilidad"; o que pactar equivalga a "traicionar". No podemos dar por sentado que negociar equivale a perder. Es más, en democracia, a veces hay que perder para ganar.

No es normal inferir que pactar con el adversario equivale a abandonar las ideas propias. Las metáforas determinan cómo configuramos el debate público: si el que pacta siempre "se vende", estamos asociando la corrupción moral a un acto esencial de la democracia: el diálogo, el acuerdo, el pacto. Cada palabra con sus matices, por cierto.

"Dialogar" es simplemente intercambiar puntos de vista, aun sin buscar resultados concretos; "acordar" significa acercar esas perspectivas, pero se pueden acordar los puntos de desacuerdo (suele ser el primer paso de una buena negociación); "pactar" es comprometerse dos partes a llevar a cabo políticas que, en puridad, no son las suyas. Todo esto requiere esfuerzo y una generosidad que empieza en las palabras. Como casi todo.

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