JOSÉ MOISÉS MARTÍN CARRETERO. ECONOMISTA
OPINIÓN

Europa, España y el vuelo de la gallina

José Moisés Martín Carretero, colaborador de 20minutos.
José Moisés Martín Carretero, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
José Moisés Martín Carretero, colaborador de 20minutos.

El año pasado, Francia eligió a Emmanuel Macron como presidente de la república tras una amplia victoria sobre la amenaza racista y populista de Marine Le Pen. En Alemania, tras meses de negociaciones, Angela Merkel decidió dejar de lado la posible coalición con los liberales para buscar –con éxito– un nuevo acuerdo con los socialdemócratas. En Italia, la fragmentación del voto entre lo malo y lo peor puede llevar a un bloqueo político, o, lo que es peor, a un escenario de gobierno abiertamente populista y retrógrado. En todos estos movimientos políticos, hay un factor de peso que ha decidido unas y otras cosas: la posición del país en la construcción Europea.

Sí, Macron es un ferviente europeísta que ha puesto encima de la mesa un ambicioso proyecto de reconstrucción del impulso europeo tras el brexit. En Alemania, la posición del SPD en las negociaciones con Merkel ha girado, también, en torno a la construcción de consensos básicos sobre el futuro de la Unión. En Italia, el tercer grande, el rechazo del euro y de la Unión Europea ha sido uno de los ejes de las campañas de los grandes vencedores. ¿Y en España?

En España bien, gracias.

Enfrascados como estamos en debates hispano-españoles, y con la permanente preocupación de solucionar el laberinto catalano-catalán del gobierno de la Generalitat,  España brilla por su ausencia en el debate europeo. No hemos producido ni una sola aportación relevante, y parece que ni siquiera se nos espera en esos debates. En momentos de máxima trascendencia, como es la negociación del presupuesto de la Unión Europea para los años de 2020 a 2026, ya con el Reino Unido fuera, o con la reforma de la arquitectura del euro encima de la mesa, España se dedica a sus quehaceres de andar por casa, ajena a los grandes retos que tenemos por delante. A lo sumo, nos conformamos con estar invitados a la fiesta, asintiendo a lo que dicen unos y otros, esperando que, de esta manera, se acuerden de nosotros a la hora del reparto. Ahora que hemos conseguido una vicepresidencia en el Banco Central Europeo, la política europea de nuestro gobierno parece haber alcanzado sus últimos –y magros– objetivos.

Quizá por nuestra cultura política, España ha estado más preocupada por estar en los foros que por participar en ellos. Interesa más colocar a alguien en determinado puesto que por lo que se va a hacer en el mismo. Y llegado el momento, no tenemos gran cosa que aportar. Tenemos, hoy, una política europea con vuelo gallináceo, alejada de la toma de decisiones, poco innovadora, y con una escasa visión de las grandes dinámicas que se están dando en el continente. El desplome de los valores democráticos en el este, la crisis de los refugiados, la salida del Reino Unido, la creciente influencia rusa o la amenaza proteccionista de Trump en poco o nada interpelan a la clase política española.

Por todo ello sorprende que algunos políticos se quieran comparar con los líderes europeos. No hay un Macron en España: nadie está elevando el horizonte de la política española abordando los retos de la economía del conocimiento, la construcción europea o el cambio climático. Nadie ofrece un proyecto de largo aliento para situar a España en la mesa de los mayores, para hacer valer su peso como cuarta economía de la Unión Europea y convocar a través de ese proyecto a una gran mayoría de cambio. El mero hecho de que algunos se atrevan a semejante comparación dice mucho de la cortedad de sus miras y su falta de modestia.

Hoy, Portugal tiene más influencia en Europa que nosotros. Un gobierno sólido que ofrece buenos resultados económicos y sociales, y que proyecta su trabajo hacia el conjunto del continente. Haríamos bien en fijarnos en nuestros vecinos y en aprender de ellos, con humildad y realismo, y comenzar a reconstruir nuestro lugar en Europa, que hoy está vacío por falta de capacidad, voluntad y, lo que es peor, conciencia.

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