MARIO GARCÉS. EX SECRETARIO DE ESTADO DE SERVICIOS SOCIALES E IGUALDAD
OPINIÓN

Mirar a ambos lados

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, antes de una reunión en Moncloa.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, antes de una reunión en Moncloa.
Luca Pergiuvanni / EFE
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, antes de una reunión en Moncloa.

Se llamaba Edward Cantasano y era taxista. Conducía su taxi por la Quinta Avenida de Nueva York en diciembre de 1931, cuando un hombre se puso a atravesar la calzada delante de su coche, al punto de que acabó atropellándolo.

El damnificado sufrió un golpe intenso en la cabeza, además de fracturarse dos costillas. Una vez ingresado en el hospital, declaró ante la Policía que el accidente era exclusivamente culpa suya, toda vez que no había mirado correctamente a ambos lados antes de cruzar. El desconsolado conductor acudió al hospital para entrevistarse con el dislocado, quien le explicó que el error era imputable únicamente a él.

El enfermo, malherido, reconoció que era británico y que estaba acostumbrado en Gran Bretaña a mirar en la dirección de la marcha en su país natal, de modo que no se percató de que por el otro lado se acercaba el coche de Cantesano. El malhadado súbdito de Jorge V y del Gran Imperio del brexit no era otro que Winston Churchill.

Este incidente, que tuvo lugar el año del Señor en que se aprobó el derecho de sufragio de las señoras en España, extracta parte de lo ocurrido el pasado 28 de abril en las recientes elecciones generales.

En la España anterior a la crisis, y en un modelo bipartidista, solo había una dirección contraria y siempre se circulaba en el mismo sentido, por lo que era ocioso mirar a ambos lados.

En cambio, en un país con más color que la pradera de la abeja Maya, en el que los debates de televisión tienen la impostura propia de un episodio de los cuatro teletubbies, aún sin el histórico bolso de Tinky Winky, hay que tener la prevención de mirar a un lado y otro. A izquierda y derecha. O a derecha e izquierda. Incluso cuando ocupas el extremo del colchón, porque los extremos son comunicantes.

El que más o el que menos habrá dormido alguna vez con otra persona en la misma cama. Y hasta habrá, más agraciados o más desgraciados según las circunstancias, quienes hayan dormido cinco en el mismo catre.

Bien es sabido que, aun cuando el colchón sea amplio –y variedades ha habido en la Moncloa en los últimos años– la manta no suele cubrir a todos por igual. Si arrastras el percal hacia la derecha, desproteges tu flanco izquierdo. Y a la inversa, si descorres la manta en dirección contraria, la derecha tirita.

Al bueno de Churchill le cubría una sola manta en el hospital de Nueva York, pues no era momento para compañías a diestra y siniestra. Pero, como hombre inteligente en pausa clínica, encargó mientras convalecía a su amigo, el profesor de física de la Universidad de Oxford Friederick Lindemann, los cálculos de la fuerza exacta del impacto. Algún partido político busca catedrático de física. Aquí y ahora. País de impactos, pero también país de pactos. O no.

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