MARIO GARCÉS. EX SECRETARIO DE ESTADO DE SERVICIOS SOCIALES E IGUALDAD
OPINIÓN

Érase una vez Joker

Joaquin Phoenix, protagonista de Joker.c
Joaquin Phoenix, protagonista de Joker.c
WARNER BROS.
Joaquin Phoenix, protagonista de Joker.c

Un estudio publicado recientemente en la revista News Ideas in Psychology revelaba que la profesión que daba más miedo entre la población norteamericana era la de payaso, superando, por este orden, a taxidermistas, propietarios de sex shop, directores de funerarias, taxistas y clérigos.

Ante la inminente celebración de Halloween en la España anglosajona de Fernando el Católico, donde las calabazas nos las daban nuestras novias o Kiko Ledgard en el Un, dos, tres, imagino enfrentamientos nocturnos a garrote vil entre hordas de taxistas en huelga, porteadores de ataúdes y dispensadores de juguetes lúbricos en la Puerta del Sol. Que el pánico se asocie a la muerte o a la inacción política tiene un sentido primario que no exige del magisterio psicoanalítico de Freud. Pero que los proveedores de felicidad sexual ocupen el tercer puesto en el ranking del terror gremial en el país del Mayflower es para hacérselo mirar.

Que los payasos, con sus risotadas desencajadas, sus dientes cenizos, sus ropas erizadas y sus zapatones extravagantes formen parte de la galería de fobias en todo el mundo es una realidad incuestionable, asociada, según los expertos, al conocido efecto "valle inquietante" ("uncanny valley"). Este fenómeno consiste en la percepción de que un objeto tiene apariencia humana, aunque no plena, de modo que produce sensación de angustia y desazón en quien lo contempla. Ocurre que en nuestro país llevamos de un tiempo a esta parte con el dichoso síndrome del "valle inquietante", el de los Caídos, y hay que agradecer al Gobierno que la exhumación más importante de todos los siglos coincida con el jalogüín patrio. Habrá que ir comprando el disfraz.

Discuten nuestros hijos si es mejor, o a la sazón peor, el Pennywise de It o el mismísimo Joker de Joaquin Phoenix, que huele a Óscar. Más allá de las diferencias entre el Raval y Gotham City, Joker se presenta como un villano humanizado, víctima de la infamia de una sociedad que le condena injustamente a la frustración y a la soledad, reabriendo así el debate sobre las causas de la violencia y sobre su justificación.

Fieles a nuestra adicción al eterno retorno, hay quien ha llegado a banalizar el mal al que se ve abocado el payaso. Son los mismos que trivializan el potencial uso de explosivos por parte de delincuentes artesanales en Cataluña. Si este país vuelve otra vez a dar cobertura sociológica a los violentos y a injuriar a los ofendidos bajo el lema "algo habrán hecho", no tenemos perdón de Dios ni del diablo. Y, ahítos de ignorancia, volveremos a recorrer el mismo camino que habíamos felizmente desandado a lo largo de los últimos años. El camino de la indignidad.

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