No nos importa. No nos importa Khashoggi, como no nos importaban las miles de víctimas civiles de Arabia Saudí en Yemen cuando decidimos venderles aquellas bombas supuestamente inteligentes. Si nunca nos importaron los miles de migrantes que mueren en el Mediterráneo, en la puerta de nuestra casa, huyendo de un conflicto muy parecido a ese, Khashoggi y los yemeníes nos importarán mil ochocientos millones de veces menos. No es una cifra al azar: son los euros que pagarán por esas cinco corbetas que no podemos dejar de fabricar solo porque el comprador –supuestamente– haya descuartizado vivo a un periodista crítico. ¿Por qué? Porque no nos importa.

Seguro que habría quien pensaba que cuando vendíamos armas, barcos de guerra o tanques a ejércitos extranjeros –quizá incluso al nuestro– era porque sabíamos que les darían un uso correcto, respetarían la convención de Ginebra y no provocarían víctimas inocentes. Son los mismos que piensan que su camiseta de cinco euros puede fabricarse en condiciones justas, que la policía no pega –a menos que te lo busques–, que a la cárcel solo van los que lo merecen y que ninguno de sus amigos ha ido nunca de putas.

No nos importa. Sabemos que nuestra forma de vida, nuestro coche, nuestra casa, el colegio de los niños, el pádel de los sábados... dependen de que todo siga así, tal y como está. Porque si no, si esto se viene abajo, quizá acabe siendo el nuestro ese país donde se descuartiza a los críticos o del que tengamos que huir a bordo de un cascarón de nuez. Ya lo hacíamos hace demasiado poco tiempo.

Para una vez que nos toca estar del lado bueno, ¿vamos a andarnos con escrúpulos? Ni de broma. Que lo hagan los alemanes, que ellos sí se lo pueden permitir.