Ya sé que es nadar a contracorriente, pero yo estoy en desacuerdo. Las autoridades económicas y la doctrina abogan por bajar la recaudación fiscal de los impuestos directos y subir la de los indirectos. Pudiese parecer una recomendación digamos técnica, pero esconde una concepción política y social muy profunda que, en mi modesta opinión, conviene recordar de vez en cuando.
Los impuestos directos gravan la generación de ingresos de empresas y personas. Impuesto de sociedades e IRPF son sus principales figuras. Se basan en el principio de que se tributa en función de lo que se gana. No solo porque supone un porcentaje de los ingresos, sino porque el tipo aplicado sube (progresa) cuanto mayor es el ingreso. Es lo que se llama progresividad del impuesto. Y es, jugando con las palabras, más progresista (justo), pues obliga a los más ricos a contribuir, proporcionalmente, con más.
Por su parte, los tributos indirectos gravan, no los ingresos, sino el consumo. El IVA y los especiales son su mayor exponente. A diferencia de los anteriores, todo el mundo paga por igual sin importar su nivel de vida. El mismo impuesto paga por una barra de pan el indigente que la primera fortuna de España.
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