España inaugura una nueva etapa en su historia económica. Y lo hace con un gobierno renovado y con una frágil situación parlamentaria, en un contexto complejo para la economía internacional.

Al susto de las primas de riesgo de la semana pasada, cabe añadir la desaceleración de la economía alemana en el primer trimestre, la subida de los precios del petróleo y la incipiente guerra comercial. De momento, atendiendo a los indicadores adelantados, España no parece que esté sufriendo una desaceleración del crecimiento previsto.

Pero tendremos que estar atentos. La aprobación de presupuestos, gusten más o menos, puede ser un motor de estabilidad en una economía todavía demasiado castigada en términos de empleo y de exclusión de una buena parte de la sociedad. Al próximo gobierno le tocará manejar esta coyuntura, que no es poca tarea para los próximos meses.

Plantearse reformas de calado requiere de un consenso y de un tiempo con el que es posible que no se cuente. Si así fuera, la agenda de cambios está casi a estrenar: luchar contra la precariedad salarial y laboral, reducir la desigualdad, fomentar la innovación y la economía del conocimiento e impulsar la transición hacia una economía baja en carbono. No son retos menores.

Le conviene al nuevo gobierno focalizar su actuación. Puede decidir manejar la coyuntura con las expectativas puestas en próximas elecciones, o puede arrancar un proceso de reformas cuyo recorrido requiere trascender sus apoyos parlamentarios y su horizonte temporal. Del contexto político que se encuentre depende una parte de su éxito, pero también de la ambición y del empuje con los que acometan las tareas que tienen sobre la mesa. Suerte.