El próximo 25 de junio, un día antes de la nueva cita con las urnas, se cumplirá un año de investidura en Les Corts de Ximo Puig como presidente de la Generalitat. Dos fechas próximas en el calendario y muy relacionadas en el tablero político no solo valenciano, sino también nacional. Y esto es nuevo.

Más allá de la gestión del nuevo Consell, con un volantazo social (libros de texto gratis, sanidad universal, fin de los repagos...), y de algún choque en el mestizaje PSPV-Compromís, Puig y Mónica Oltra han decidido jugar la carta de la influencia en Madrid.

El Gobierno valenciano exige un cambio en el modelo de financiación que corrija el desequilibrio de 1.300 millones de euros con el que inicia el presupuesto y poder sufragar así los servicios que presta. Han tratado de hacer visible lo que Puig bautizó desde la oposición como «el problema valenciano».

Ambos quieren que la visión de la Comunitat deje de ser secundaria, cuando no ignorada, en la política española. El conato de enfrentamiento entre Puig y Pedro Sánchez por la lista para el Senado y la propuesta in extremis de Compromís para un Gobierno «a la valenciana» son claros ejemplos, y veremos más. No fraguaron, pero, por dos veces, Valencia fijó la agenda en Madrid.

Tal vez sea pronto, pero la apuesta debe empezar a dar algún fruto para los valencianos. Porque, sin resultados, una estrategia sirve de bien poco.