JOSÉ CERVERA.PERIODISTA
OPINIÓN

Guerra química: malas noticias para la civilización

Pepe Cervera, columnista de 20minutos.
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Pepe Cervera, columnista de 20minutos.

Halabja, en 1988; Tokio, en 1995; múltiples sitios en Siria durante su guerra civil, la última en Duma; y por supuesto el ataque que postró a un ex-agente ruso y su hija en Salisbury, Gran Bretaña. No son los únicos, pero sí los más relevantes ataques con armas químicas de las últimas décadas, que se han saldado con el total rechazo de la comunidad internacional, condenas e incluso represalias militares contra los considerados responsables (como el régimen sirio).

Estamos demasiado acostumbrados al horror del terrorismo y la guerra, pero cuando se añade el uso de este tipo de armas el rechazo se vuelven abrumador. ¿Qué tienen las armas químicas para generar tanto espanto? Este armamento, como el resto, está diseñado para matar, mucho, rápido y de forma efectiva y económica. No hay mucha diferencia entre morir por una bomba convencional o una química. Y sin embargo desde su origen la guerra química ha generado un especial rechazo hasta tal punto que se prohibió su empleo en la Convención de la Haya de 1907.

De poco sirvió para impedir su uso masivo en la Primera Guerra Mundial, primero por parte de los franceses (gases lacrimógenos) y después de los alemanes, que en la Segunda Batalla de Ypres en 1915 liberaron cloro contra los aliados. Durante esa guerra se usaron sustancias tan dañinas como el fosgeno y el gas mostaza; este armamento provocó más de 1,3 millones de bajas, incluyendo entre 100.000 y 300.000 civiles. El horror fue tal que en la Segunda Guerra Mundial nadie se atrevió a ser el primero en utilizarlo, ni siquiera Hitler a pesar de que contaba con una nueva familia especialmente letal: los gases nerviosos. El riesgo de iniciar una escalada era demasiado incluso para la Alemania nazi.

Hay varios problemas con las armas químicas que las hacen más repulsivas que el resto. Su modo de dañar el cuerpo es horripilante (gas mostaza, fosgeno) o sutil pero rápido y mortífero (gases nerviosos). Muchos de estos agentes llegan a donde no alcanza un proyectil convencional como al interior de refugios, sótanos y búnkeres.

La dosis letal puede ser minúscula y dependiendo del agente concreto pueden ser persistentes y seguir matando; quienes ofrecen primeros auxilios a las víctimas corren especial riesgo. No distinguen entre paisanos y militares y de hecho los civiles están más expuestos ya que los ejércitos suelen contar con sistemas de protección para su gente. Aunque hay agentes, como los Novichok que desarrolló la Unión Soviética antes de su final, diseñados para saltarse los trajes de protección y que acaban de aparecer en Salisbury. Y para colmo matan desde lejos, sin que en su uso quepa imaginar heroísmo ni romanticismo alguno.

Pero lo peor es que son el arma perfecta para el terrorismo. Pequeñas cantidades pueden causar grandes efectos; su fabricación puede ser compleja, pero a menudo se basa en reactivos químicos comunes en la industria. Y el especial horror que generan es una ventaja para quien desea causar terror. Por eso cabe temer que su uso futuro vaya en aumento en lugar de desaparecer: malas noticias para la civilización.

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