JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ. ESCRITOR
OPINIÓN

Más regalías póstumas para Roberto Bolaño

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Al estilo de un músico de rock de paso fugaz por el mundo pero de trayectoria muy larga en las listas de ventas, Roberto Bolaño (1953-2013), que murió con solamente once libros publicados y siendo un escritor casi desconocido, está siendo vendido a retazos en las siempre ventajosas cacharrerías de lo posmortuorio. Desde que falleció en Barcelona en las listas de espera sanitaria para los transplantes de hígado, del chileno han aparecido una decena más de obras, pero solamente tres merecen ocupar espacio en una biblioteca.

La factoría del Bolaño post morten está orquestada con ligereza —en ambos sentidos: celeridad e irreflexión— por la viuda del escritor, Carolina López, a quien si nombras debes tener el 091 premarcado para denunciar posibles intimidaciones. La mujer está vaciando con método y sin descanso las cajoneras, discos blandos y duros y cuadernos de notas de uno de los mejores escritores de su generación, un creador exigente y un lector riguroso que renegaría del fanatismo que lleva a la ceguera a sus seguidores, incapaces de separar un relato de un post-it. Acaso el autor de Los detectives salvajes y 2666, dos de las grandes novelas del último siglo, admita la explotación desde allá donde esté porque amaba a sus dos hijos y sabe que las regalías les vendrán de perlas en este mundo desalmado.

Como antes me sucedió con El Tercer Reich, Los sinsabores del verdadero policía y El espíritu de la ciencia-ficción —todos libros póstumos, sin alicatado formal, sin convicción última del autor—, el que aparece ahora, Sepulcros de vaqueros, es una colección, como ha señalado algún editor, de "reliquias baratas" que solo serían admitidas de mediar el fanatismo, la idolatría y otras emociones discutibles que Bolaño, dinamitero de personalismos apostólicos como los de Octavio Paz, Isabel Allende y Antonio Skármeta, arrojaría al sumidero. Son como cuerdas de guitarra afinadas una sola vez por Jimi Hendrix.

¿Estamos ante un libro que Bolaño hubiese consentido en vida? La única respuesta admisible es no. Se trata, explica Ignacio Echevarría, de "vías muertas o abandonadas, aparcamientos, textos aplazados o dormidos", apuntes que fueron retomados o abandonados y obsesiones duraderas. Están escritos con la solvencia rabiosa de Bolaño, pero no añaden más que ruido a una obra que, para desgracia de quienes la disfrutamos, se acabó para siempre con 2666 —y aún este libro adolece de la falta de una revisión final del autor—.

En una estrategia que parecería un insulto al insumiso escritor, los editores presentan los textos como de los "archivadores 4/17, 30/171, 35/5...". De ser cierto que el añorado Bolaño, letraherido hasta el autosacrificio casi suicida, dejó 15.000 páginas de notas y apuntes, la viuda López tiene por delante un sólido, rentable y aburrido trabajo: copiar y pegar. Nos quedan décadas de apuntes.

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