JOSE ÁNGEL GONZÁLEZ. PERIODISTA
OPINIÓN

No a las drogas, sí al alcohol y el tabaco

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

El Gobierno conservador del Reino Unido ha desatado una guerra interior con la entrada en vigor de la Ley de sustancias psicoactivas (Psychoactive Substances Act 2016). Los bandos enfrentados son los clásicos: los prohibicionistas, ayudados desde la sombra por las farmacéuticas y sus comisionistas de la clase médica, contra los científicos que trabajan en el entendimiento de la neurología cerebral, secundados por los defensores del cuerpo y la mente como sagrados e inviolables.

El texto, que reforma otro de 2013, amplía la definición de sustancia psicoactiva a cualquier materia que actué sobre el sistema nervioso central de la persona y afecte al “funcionamiento mental” o al “estado emocional”. Casi es redundante señalar que los legisladores han establecido como excepciones a las drogas enervantes y excitantes más consumidas en el mundo: tabaco y alcohol, que son vistos como “creadores de pequeños hábitos familiares” —la cita es de un médico notable— cuando se trata de poderosos neurotóxicos que causan muertes, lesiones y enganches que multiplican por miles de veces los de las demás drogas cuando son mal usadas o provienen del mercado negro.

El objetivo de la norma es evitar la extensión de las llamadas legal highs —por ejemplo, los hongos mágicos, entre ellos los psilocibios— o las nuevas sustancias de diseño como la familia de las feniletilaminas psicodélicas, sobre todo la conocida como Nexus, una droga que combina la recarga sensorial del LSD con la placidez afrodisíaca del éxtasis. Sintetizada en 1973, EE UU tardó dos décadas en prohibirla y no hubo ningún caso de muerte o lesiones durante el periodo. Tras la ilegalidad y la llegada a la calle de clones mal fabricados o contaminados, las sobredosis se dispararon.

La ley ha sido criticada por científicos de Oxford y Cambridge que dirigen, desde hace años y con creciente éxito, grupos de ensayos con LSD y psilocibina administrados a enfermos de ansiedad depresiva, anorexia, Parkinson, tabaquismo y migraña. El psiquiatra David Nutt, neurólogo y exasesor del Gobierno en asuntos de drogas, advierte que la prohibición será “desastrosa” y “terminará con la investigación sobre el cerebro”. La organización Alcohólicos Anónimos también se ha posicionado contra la legislación, porque los psicodélicos son una gran ayuda para dejar la bebida.

Lo más ofensivo para los derechos del individuo es que se siga manteniendo la mentira tendenciosa de la maldad intrínseca de las drogas, cuando, como escribe Antonio Escohotado, hablamos de sustancias consideradas milagrosas desde el principio de la humanidad y, como sucede con el LSD, la  psilocibina y otras,  llenan una carencia orgánica —“no afectan por ser cosas de afuera, sino por parecerse como gotas de agua a cosas de muy adentro”—, reequilibran el ánimo y nos convierten en mejores y más felices personas.

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