JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ. PERIODISTA
OPINIÓN

Las crónicas del cronista: 'El debate de Pablo Iglesias y Sid Vicious'

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Son tan amargas como necesarias las tesis del filósofo Santiago López Petit, forjado en los movimientos obreros de acción directa. "Nosotros no necesitamos para nada conocer la realidad. La verdad en la que habitamos —nuestra verdad— no se desprende de ningún conocimiento, sino de un sentimiento de rabia (...) El rechazo total del mundo coincide con el odio a la vida. Más concretamente: con el odio a mi propia vida", dice en un libro cuyo título es un desnudo integral de intenciones: La movilización global. Breve tratado para atacar la realidad (Traficantes de sueños, 2009).

Este inconformista y otros profesan la bastante añeja idea —"no soy nada y debo serlo todo", escribía en 1844 Karl Marx, ese hombre de quien ningún candidato quiere sentarse/sentirse cerca— de que la gran negación debe proceder de sembrar el pánico desde una llovizna de "actos incívicos", una "guerrilla difusa". Es la praxis del Comité Invisible —La insurrección que viene (Melusina, 2009)—, banda de caníbales franceses partidaria del anonimato para propagar confusión y dejar claro que la crisis no es una cosa nueva, sino el resultado de una manera de gobernar planeada con alevosía.

¿Ejemplos de esta "política nocturna" que serviría, como sugerían los dadaístas alemanes hace cien años, para "sumir a la gente en el terror a fin de darle coraje"? No es necesario revelar y quemar ideas, pero algunas ya se han ejecutado: la difusión de datos personales de 5.400 agentes de Policía, por ejemplo, puso de los nervios hace unos días al aparato estatal. ¿Fue una acción punible? Quizá sí, pero siempre desde el punto de vista de las leyes que dictan quienes manejan, no sabemos con qué intención porque nunca nos informan, los ficheros de los ciudadanos.

El punk, que como movimiento musical cumple 40 años —sigamos el juego a la efeméride pese que no nació en 1976 en el Londres de God Save the Queen (The Sex Pistols), sino en otro paisaje, el Detroit de metal al rojo y la quiebra presente de No Fun (Iggy and The Stooges, 1969)—, atisbó la cosificación como plan maestro del neoliberalismo con adelanto a los brotes de indignación en las plazas, que ahora derivan en votos para unos doctores-pero-de-buen-rollo-troncos de algunos departamentos universitarios.

El género musical más orgullosamente paleto de la historia (con perdón del heavy) predicó la violencia necesaria de Jean Genet; trazó un decorado de vicio hedonista, peligro consumado y ansias suicidas; se preguntó, con Brecht, "qué diferencia hay entre atracar un banco o fundar un banco", fue la última escuela basada en la necesidad de asesinar a los maestros —Genet y Brecht entre ellos— y, de paso, al maestro que reside en cada uno de nosotros cuando planificamos catecismos. De ser plausible la resurrección de un muerto, daría un globo ocular por ver un debate entre Sid Vicious y Pablo Iglesias. Sé que acabaría con un acto delictivo y tengo favorito pero no acierto a imaginar al autor.

La primera vez que vi en persona a un punki —recuerdo el momento con energía fotográfica: la terminal ferroviaria londinense de Victoria Station, donde todavía puedes sentir ecos dickensianos en el gemido de los raíles: "el peor de los tiempos, el mejor de los tiempos"— estuve a punto de repetir el sobresalto de los exploradores ante los cuerpos de atletas invictos de los indios algonquinos.

Con el tiempo conocí a punkis ortodoxos, de fantasía y de sábado noche. Yo mismo lucí algún modesto imperdible, tuve la gallardía de llamar "payaso" a Ramoncín en un casual cara a cara y entre mis amigos aparecieron punkis adorables, guapos, oscuros y espirituales. Casi todos están muertos, devorados por el hambre de las venas y la guerra contra las drogas, otra patente neoliberal.

¿Quieren saber por qué ser punk ahora sigue teniendo el mismo sentido para mí? Enumero: la patria como concepto operativo, los bots que escriben los diarios, los paisajes convertidos en infografía, que te deje tuerto un agente de policía y lo llamen cumplimiento del deber, que la vulgaridad incendie las redes, que haya calado como sacrosanta verdad que podemos crear a voluntad nuestro entretenimiento, que casi la mitad de los españoles no haya leído un libro nunca, que un tercio afirme "sentirse perdido" sin televisión, que la gran libertad sea follar, que el estrés de un toro en el Real importe más que la escudilla vacía de cualquier tanzano, que seas menos que nada a no ser que tengas las tetas grandes o juegues al fútbol, que ningún texto pueda superar las mil palabras...

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