IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

Naufragar un poco

Aprovechar las vacaciones para leer forma parte de las rutinas veraniegas con las que rompemos las rutinas invernales. De hecho, hay gente que sólo lee en verano. Este año he llevado a cabo la práctica contraria: la privación de lectura. Durante una semana he prescindido de leer por completo y te aseguro que es una experiencia única. No meter nada en la mente, vaciarla, dejarla fluir sin actividad intelectual de ningún tipo. El pensamiento inmediato, claro, era: "Qué voy a hacer ahora". La respuesta corta era: "Nada". Seguir vaciando la cabeza. Mirar tumbada el árbol que te está dando sombra y fijarte en los nervios del envés de cada una de sus hojas. Nada especial. Ver qué pasa. Caminar sin rumbo. Mirar a un desconocido que nada a crawl. Analizar cuidadosamente su estilo. Huir de una avispa. Pensar en este enigma: ¿por qué se deshinchan las pelotas? Jugar con un niño en el agua hasta que te dan calambres en los dedos de los pies. Husmear en el trastero de tu madre. Encontrar un libro infantil que te rescata recuerdos sepultados de la niñez. Dedicar unos minutos al dilema ¿barra o baguette? Darle un masaje a tu perro. Aplicarte crema hidratante en cada centímetro de piel, sin dejar ni uno. Tomar una caña. Tomar dos cañas. Charlar sobre nada en particular. Y así.

El resultado es tan renovador como abrirte el cerebro y enjabonarlo lentamente, con una suave espuma aromática, mentolada y fresca. El lavado de cerebro tiene mala reputación, pero sólo porque no nos hemos parado a pensarlo. La gente se lava las axilas a diario, casi toda la gente, para ahorrarnos olores tóxicos; se lava las manos para ahogar a los gérmenes; se lava los pies para erradicar efluvios pestilentes. Y sin embargo, el lavado de cerebro está mal visto, a pesar de que hay mucha gente por ahí con ideas verdaderamente apestosas, y con los filtros también sucios, de manera que no se molestan en ocultárnoslas. Muchos hablan como sudorosos, aireando las neuronas chorreantes para que nadie escape a la toxicidad que emanan los poros de la mente.

Dicen los neurólogos que mientras dormimos, se produce esa renovación cerebral, porque las sinapsis se ralentizan, las neuronas se achican y el líquido que fluye entre ellas se expande y lo riega todo. Pero me temo que no es suficiente. Un lavado profundo consiste en vaciar, vaciar, vaciar y no echar nada nuevo.

El mejor calentamiento previo -si aún estás a tiempo de probarlo- es lo que los cursis llaman el "detox digital". Apagar por unos días el teléfono, o restringir su uso a una consulta breve dos o tres veces al día. Desconectar del correo electrónico, los whatsapp, las redes sociales... Eliminar el ruido exterior, los estímulos en forma de tuits, mensajes, fotos, imágenes... Desconectar de todo eso equivale a crearse lo que el sociólogo Harmut Rosa llama una "isla de desaceleración", que nos libera de las prisas, la falta de tiempo, la conexión. Existen esas islas cuando uno quiere y puede creárselas. Muchas veces pensé que la costumbre española de cerrar el país entero en agosto acabaría desapareciendo, pero en la era de la conexión 24/7, empieza a parecerme una bendición. Todo el mundo desconectado, cada cual en su isla para asegurarse de no molestar ni ser molestado. Es como si todos naufragáramos un poco. Como ser Robinson Crusoe, pero teniendo siempre cerca a Viernes. Porque cuando no puedes hablar, ni whatsappear ni leer a los que están a distancia, te aproximas a los que están cerca. Tú mismo, sin ir más lejos.

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