A medida que el periodismo va refinando su habilidad para ocuparse de lo secundario y dejar de lado lo esencial, me resulta más fácil encontrar las cosas importantes de la vida: las descartadas por los medios. Hago una lectura de los periódicos extraordinariamente productiva. Una ojeada de pocos minutos me sirve para identificar los acontecimientos a los que dedicar unas horas de lectura: los que ellos ubican en el cuarto trastero sin ventanas a la calle. Ese caos de las webs, jerarquizadas de arriba abajo y de pronto a tarde, encanija el mundo en dos dimensiones que no pueden captar la complejidad de nuestro tiempo.

Con su tamiz, los medios cumplen una función social pareja a la del Índice de libros prohibidos. Si durante las dictaduras, el censor es el crítico literario más fiable porque nos indica los libros que valen la pena, en democracia lo hacen los medios en sentido inverso: todo lo consagrado por ellos como insignificante es lo que goza de significado. Seguirlos se compara a la alegría de hacer gárgaras: sí, es un gesto repugnante, los gargajos reverberan en nuestras propias oquedades y por segundos siente una que se aleja irremediablemente de la civilización. Pero se recobra la claridad de la voz y emergen más pulcras las palabras, además de disiparse las nieblas del pensamiento, hecho nada sorprendente estando el lenguaje y el pensamiento tan ligados.

No es mala labor, en tiempos de incertidumbre y saturación informativa, poder guiar a tu audiencia con la rotundidad de un burbujeo escupitoso. A mí me ha ayudado a orientarme entre todas las noticias del atentado de Niza sobre la vida y hazañas del terrorista. No fue difícil identificarle, pues dejó su carné de identidad en la cabina para garantizarse su fama póstuma. Sin duda, el pájaro también estudió cómo se fabrican los titulares. Entre los detalles, emergían de vez en cuando flashes sobre el motorista, la agente y el transeúnte que trataron de mitigar la masacre deteniendo el camión. Al menos uno de esos bautizados como 'héroes anónimos' tiene nombre: Alexandre Migues. En una entrevista con un modesto periódico local de Niza, nos ha recordado la predisposición natural de los seres humanos al altruismo. "Fue instintivo", asegura cuando le preguntan por qué lo hizo. Así es: la cooperación es uno de los impulsos que nos ha hecho sobrevivir como especie. Se torna heroico cuando uno se expone voluntariamente a un riesgo para salvar a otros. Y nos recuerda que, allí donde el ser humano muestra su cara más siniestra, justo al lado y en cuestión de segundos, brota la espléndida insensatez de protegernos.