Cuando escribo este artículo, aún no se sabe si la selección española de baloncesto femenino conseguirá el bronce en el Mundial de Tenerife. Pase lo que pase, para mí hay una mujer que ya ha ganado: la capitana Laia Palau, con diez medallas por banda, viento en popa a toda vela.

Hace un par de días afirmaba que no se siente útil a la sociedad: «Meto canastitas, pero ¿qué aporto al mundo?». ¿Una deportista que desmitifica el deporte de élite y siente preocupación por la humanidad? ¿En serio? ¡Asombroso! Esta mujer, ahormada en la dura competitividad del deporte profesional, sobrevive a los destrozos que el egoísmo y la vanidad causan en tantos deportistas (y en muchos que no mueven un músculo, todo hay que decirlo).

Nunca he oído a un futbolista varón expresarse así, aunque podría habérseme pasado. Laia Palau asegura: «La cultura sí cambia el mundo». Me pregunto cómo sería España, potencia mundial en el fútbol de los hombres, si un par de esas estrellas que miran a sus propios abdominales cuando marcan un gol dirigieran sus ojos hacia la cultura.

Pero cada uno hace lo que quiere con su personaje. Casillas, ante sus ocho millones de seguidores en Twitter, pone en duda que el ser humano pisara la Luna. ¿Desperdicio o peligro? Igual que estos chicos pagan a personal shoppers para vestir con elegancia y tienen estilistas que les cuidan el peinado, no les vendría mal un cepillado de cabeza por dentro. Un filósofo a su lado –en plan memento mori, pero con todo– les ayudaría a entender la vida. Si les resulta excesivo, que contraten a Laia Palau cuando deje las «canastitas». No podía imaginarme que visibilizar el deporte femenino generaría tan estimulantes derivadas de la conversación nacional.