Helena Resano Periodista
OPINIÓN

El lujo del carácter

HELENA RESANO
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Día de Navidad, doce y media del mediodía y me toca bajar en el ascensor de casa de mis padres, en mi casa de toda la vida, con mis hijos. Son cuatro pisos, un trayecto corto. Cuando se abre la puerta, dentro, el vecino de toda la vida del octavo. Le saludo, le deseo feliz Navidad y entro. Me doy cuenta rápidamente de que no me ha reconocido, de que han pasado muchos años y no acaba de caer en que aquella niña de las trenzas soy yo con mis hijos. Pero el pensamiento pasa fugaz porque dentro del ascensor hay un olor a puro que echa para atrás. Pienso: «Este hombre se ha fumado la caja de puros entera esta Nochebuena». El ascensor es enano, los cuatro vamos apretados y él lleva una bolsa de basura y un abrigo muy grande. Inexplicablemente se baja un piso antes de llegar al portal. No lo acabo de entender, pero sigo pensando que están mayores y que, en fin, algo se le habrá olvidado o querrá pasar por los buzones que están ahí.

Demasiado ingenua y demasiado benévola: el hombre, mi vecino de toda la vida, iba con un puro encendido escondido detrás del abrigo. Yo y mis hijos, que íbamos asfixiados por el olor, no caímos hasta que salió. Y le pillamos en la puerta del portal fumando tan ricamente. Mi hija iba con un gripazo de aúpa, el pequeño con una tos de perro, y cuando nos montamos en el coche llevábamos el olor a puro encima. No se nos quitó en todo el día.

La escena, desgraciadamente, se debe de repetir a diario. Se lo han dicho mil veces y el hombre pasa de todo y de todos. Han puesto carteles, le han pedido con buenos y con malos modales que por favor no fume en el ascensor, pero, oye, el hombre piensa que esa es su casa de toda la vida, que él lleva más de 40 años bajando desde el octavo con el puro en la boca y que ahora no le vengan con tonterías los vecinos, sus vecinos, con los que lleva compartiendo bloque años.

De esto fuimos hablando en el coche mi marido y yo en el trayecto hacia la comida de Navidad. Que lo de vivir en comunidad y pensar que el sentido común impera es muy ingenuo. Porque el sentido no suele ser tan común. Sinceramente creo que la educación y el respeto al resto es tanto o más importante que las leyes que nos rigen. Ser educado es la base del respeto a los demás y a ti mismo. Sin educación perdemos la empatía y sin empatía solo nos vale lo legislado, nos convertimos en autómatas. La buena educación y el respeto es un lujo del carácter asociado a la personalidad. No conozco a ningún maleducado con personalidad, sí en cambio a muchos con mala leche. Pero ese es otro tema. ¡Feliz año!

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