HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Una pesadilla que no termina

Un niño ante el juez, en el corto 'Unaccompanied'.
Un niño ante el juez, en el corto 'Unaccompanied'.
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Un niño ante el juez, en el corto 'Unaccompanied'.

Solo tiene 3 años. No sabe hablar muy bien, apenas comprende qué está pasando, dónde está su padre y por qué ese señor que le mira tan serio, vestido de negro, le habla en un idioma que no entiende. Lleva días sin ver ni a papá ni tampoco a mamá. Y solo quiere que todo se termine. Tiene miedo. Ha estado muchos días viajando, durmiendo en sitios que no conoce, fuera de su cama. Y mientras piensa todo eso ese señor le sigue hablando en un tono que parece enfadado, en un idioma rarísimo, que nunca había oído hasta ese momento. Cree que le está haciendo preguntas porque se queda en silencio mientras le mira fijamente. Pero no conoce las respuestas porque no las tiene.

Más de 2.000 niños han sido separados de sus padres en la frontera de Estados Unidos. Niños muy pequeños, algunos de apenas 2 años, que se enfrentan solos a la corte de inmigración sin un abogado que los defienda. Niños que afrontan un proceso judicial sin apenas saber hablar ni mucho menos qué es un juez ni por qué están ahí. Niños aterrorizados que antes han sido encerrados en jaulas en una zona del sur de Texas o que han sido recluidos en un campamento junto a otros niños a los que no conocen de nada.

Impartir justicia en una situación tan inhumana suena a chiste, pero es lo que está haciendo la administración de Trump. Su tolerancia cero con la inmigración ha provocado situaciones terribles, de familias separadas, madres que llevan desde julio sin ver a sus hijos o niños que cuando por fin logran reencontrarse con sus padres ni siquiera los miran a los ojos porque creen que fueron ellos los que los abandonaron allí, porque no entienden cómo papá o mamá los han dejado tantos meses encerrados en esos sitios horribles.

Una política, insisto, inhumana que el propio Trump ha tenido el cuajo de defender este pasado fin de semana ante las cámaras. Cuando le han preguntado si se arrepiente, si cree que debería haberlo gestionado de otro modo, Trump ha asegurado que esos niños han sido utilizados por los adultos, que son menores a los que no conocen de nada, que los agarran de la mano para cruzar la frontera para hacerse pasar por sus progenitores y después se olvidan de ellos.

Debería preguntarle a Marisol o a Elena cómo han pasado estas últimas semanas, desesperadas porque nadie les sabía decir dónde estaba su hijo y a quién debían acudir para pedirle que lo liberara. O debería preguntar a ese niño al que grabaron sollozando por la noche, llamando a su padre y pidiendo salir de esa jaula horrible. Niños a los que no se les puede consolar porque no lloran por un mal sueño: su peor pesadilla es haberse despertado en ese lado de la frontera.

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