HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Amargo triunfo

La tenista estadounidense Serena Williams llora tras perder la final del US Open.
La tenista estadounidense Serena Williams llora tras perder la final del US Open.
EFE
La tenista estadounidense Serena Williams llora tras perder la final del US Open.

Hace unos meses tuve la oportunidad de poder escuchar en directo a Toni Nadal, tío de Rafa Nadal y su preparador y entrenador durante muchos años. Con él Nadal ganó sus primeros torneos infantiles y con él Rafa se hizo leyenda del tenis.

Nadal tío ha publicado varios libros en los que cuenta cómo fueron esos años, cómo tío y sobrino aprendieron a gestionar cada momento, cada derrota, cada triunfo. Y escuchándole entiendes que el carácter de Nadal no es casualidad. Su tío era duro con él: había cero condescendencias. No había excusas para las derrotas: el calor no era una excusa, el jet lag no era una excusa y una lesión tampoco consentía el Nadal preparador que fuera una excusa para el Nadal jugador. Cuando salía a la pista había que olvidarse de todo y concentrarse en ganar. Lo demás, eran excusas.

Gestionar la frustración es seguramente el ejercicio más difícil para un deportista de élite. Saber reponerse cuando el partido lo tienen perdido, no tirar la toalla, es la lección que ellos aprenden jugada tras jugada. Y es la lección que pueden enseñar a los miles de ojos que los miran cada vez que se ponen las botas de fútbol o empuñan la raqueta de tenis.

Sí. A ellos además de ganar se les pide ejemplaridad. Que demuestren que son campeones no por los trofeos que ganan sino por la actitud que tienen en la pista. Por eso enerva cuando un jugador se tira al césped retorciéndose de supuesto dolor en una jugada del contrario y, cuando el árbitro ya ha pitado falta a su favor, se levanta corriendo olvidándose de ese supuesto dolor que hace unos segundos le tenía tirado y retorcido en mitad del campo. Miles de niños han visto en directo que fingir, exagerar, mentir en definitiva, funciona. Y es el peor ejemplo que se les puede dar.

A Serena Williams el otro día, le faltó mucho de esto. Perdía el partido y los nervios pudieron con ella. Puede que tuviera parte de razón cuando se quejó después en sala de prensa de que a ella, por ser mujer, se la amonestaba por acciones que a ellos les pasan por alto. El propio Nadal admitió que él muchas veces ha hablado desde la pista con su preparador, como hizo Serena en la final, y que nunca nadie le ha amonestado. Y fue un tanto retrógrado el episodio vivido con el traje posparto de Serena. Pero las formas le hicieron perder toda la razón.

A Serena le faltó mucha ejemplaridad en la final del Open de EE UU. Su contrincante, Naomi Osaka, era una niña que llevaba años preparándose, que había logrado un sueño ganando ese Grand Slam contra su ídolo, contra Serena. Ha confesado que se inspiró en ella para crecer en el tenis, y el domingo la vio perder los papeles cuando le rompió el saque. A ella le robaron el triunfo de su vida: su ídolo convirtió el mejor momento de su corta carrera en un momento amargo. Supongo que Osaka aprendió que saber perder es lo que marca la diferencia entre los que son leyenda y los que no.

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