Querido propietario del todoterreno de la plaza de al lado:
Pienso en ti a diario mientras saco el tiralíneas para aparcar mi pequeño utilitario entre tu bestia con ruedas y la columna.
Primero, en cuán numerosa debería ser tu familia y cuán tortuosos los caminos que recorres para que se pudiera justificar que circules por la ciudad con ese mamotreto. Si sube la gasolina, con malicia, también en cuánto te costará llenar el depósito. Y siempre –aunque esto lo pienso en voz baja–, que ojalá me tocase la lotería para poder comprarme un tanque tan bonito y reluciente como el tuyo.
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