CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

La pesadilla del cambio de armario

Toca cambio de armario, ese momento traumático en el que descubres que la ropa que el año pasado te quedaba justa ya no te entra. Encima, las revistas de tendencias dicen que la camisa vaquera ya la lleva tu abuelo y que el jersey de ciervos del otoño anterior ahora es un atentado estético.

Ante la debacle de ropa del pasado, hay 3 opciones: tirarla (contaminar el planeta), donarla (hay una ley contradictoria que dice que si sacas algo del armario lo necesitarás y si lo guardas el tiempo suficiente ya no lo usarás) o acumularla junto a la de otros años e ir de compras (con la Navidad en el horizonte no vas a adelgazar). Según el estudio Ulises realizado por MyWord para 20 Minutos sobre hábitos de consumo, un 31,6% de los encuestados se puede permitir comprar ropa y complementos aunque no los necesite. La cifra sube al 39,7% entre los de 35 y 45 años. ¡Guau!

Con echar un vistazo a los probadores, queda claro que hay poca diferencia entre hombres y mujeres. Todos queremos vestir a la moda, aunque pase a toda leche. Esta temporada la chaqueta amarilla es la nueva militar con mangas negras proscrita la pasada. Ahora el ‘must have’ es la bomber como la que llevaban los malotes que te robaban en el parque en los 90. Hay un enésimo renacimiento de los vaqueros rotos, con tobillos al aire si eres un héroe. ¿Pero qué pasa con los pitillo que unieron a hipsters, pijos y tronistas? ¿Siguen molando las zapatillas de correr para ir a tomar copas? Mira, qué agobio. Con lo fácil que era cuando vestíamos el uniforme del colegio.

En realidad, ahora es igual porque compramos todos lo mismo en las mismas tiendas. La diferencia es que su ropa, fabricada bajo la sospecha del incumplimiento de los derechos humanos (un reportaje de la BBC ha revelado las firmas que cuentan en Turquía con proveedores que emplean a refugiados sirios, en ocasiones menores, sin los permisos laborales pertinentes), no puede pasar del hermano mayor al pequeño porque se autodestruye a los tres lavados.

Pero hay que vestirse, eso está claro. También está claro que al final nos acabamos poniendo siempre lo mismo, pero que compramos de más por impulso porque necesitamos participar en este juego del grupo en el que vivimos. Quizás despertaríamos de la pesadilla que vuelve cada temporada si el grupo no juzgara la valía personal, social y profesional por los pantalones que se llevan.

No estoy diciendo que dejes de gastarte el dinero en ropa. Si te hace feliz salir cargado con bolsas de una tienda, adelante. Es tu sueldo, haz con él lo que te de la gana. Sólo te recuerdo que en las tiendas también hay plantas, guitarras, libros y miles de cosas que no cambian de una temporada a otra. Te prometo que también te harán feliz.

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