ISASAWEIS. ESCRITORA Y BLOGGER
OPINIÓN

El día que nos dejó Lana

Consultorio Isasaweis: moda cuarentañeras
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20minutos
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Lana se fue al final del verano. Se puso malita y nos la arrancaron en tan solo unos días. Y nosotros no estábamos preparados para despedirnos. Era nuestra perrina, puro cariño y bondad. Llegó a nuestras vidas en un mes de julio. Fuimos a la perrera buscando una compañera para aquel piso de 40 metros cuadrados y allí la conocimos. Estaba en una caja, con solo unos días de vida, protegiéndose de un vecino ruidoso que la tenía acurrucada en una esquina. Nos miramos a los ojos, la cogí y ya no la solté nunca.

Vinieron días de adaptarnos. Noches de lloriqueos que yo consolaba de madrugada, cogiéndola entre mis brazos y durmiendo con ella en el sofá para que no nos riñeran, aunque lo hacían igual porque la malcriaba. Libros, muebles y hasta lavadoras mordisqueados cuando nadie miraba, para aliviar el dolor de sus dientinos o para reclamar que no quería quedarse sola. Porque Lana era así. Tenía mucho cariño que dar y necesitaba contacto para darlo. Hubo días de charcos de pis en medio del pasillo hasta que aprendió que eso se hacía en la calle. De pelos en la ropa y hasta en las sábanas, a las que fue ganando terreno poco a poco. Su cesta pasó del pasillo a la habitación. Luego la cambió por nuestra cama y finalmente pasó de dormir sobre la colcha a colarse entre ella en los días de más frío.

Fue nuestra primera hija. Después llegaron dos más. Cuando llegó Mateo, Lana dejó de dormir con nosotros para dormir bajo su cuna. Era su forma de protegerlo y de decirnos que lo cuidaría. Jugaron durante muchos años. Corrían por el campo. Mateo pintaba y Lana observaba cómo lo hacía. Hacía construcciones sobre su lomo, le leía cuentos, se daban abrazos y hasta dormían la siesta. Tenemos todo inmortalizado en fotos y en el corazón. Sancho llegó más tarde y Mateo se encargó de las presentaciones. Pero él ya no pudo disfrutar mucho de Lana... Apenas se conocieron, aunque hubo tiempo para algunos mimos.

Y llegó el verano en el que Lana nos dejó. Y hubo una última tarde que pasamos juntos. Lana estaba muy débil y pasaba las horas acostada. Nos turnábamos para hacerle caricias. Mateo la miraba desde lejos, seguramente protegiendo su corazón de lo que iba a ser perderla. Estábamos todos sentados en la mesa y Lana se levantó. Caminó muy despacio y se echó a nuestros pies, como buscando el último lugar que elegía para quedarse... A la mañana siguiente se murió. Estaba tumbada con sus ojitos negros llenos aún de esa bondad. La cogimos en brazos y la dejamos en el lugar que habíamos reservado para ella. Y nos despedimos para siempre.

Durante mucho tiempo la lloramos a diario. Ahora lo hacemos solo algunas tardes. Cuánto se llega a querer a un perrito quizás solo lo sabemos quienes lo hemos tenido. Lana era la reina de nuestra casa y hay días en que se lo recordamos llevándole margaritas.

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