CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Vuelve la burbuja inmobiliaria

César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.

La compraventa de viviendas sigue aumentando mes tras mes. Los precios se disparan en las grandes ciudades, reavivando un mercado que poco a poco empieza a cicatrizar las profundas heridas provocadas por la explosión de la burbuja inmobiliaria hace ahora 10 años. Los alquileres también están por las nubes. Los bancos empiezan a abrir el grifo de las hipotecas, aunque de momento tan solo para los que más tienen. Las grandes grúas desafían de nuevo los cielos, regresan los grandiosos proyectos urbanísticos, los rascacielos, los megahoteles. El paro comienza a bajar lentamente, aunque todavía hay en España 4,2 millones de personas sin trabajo, tantas como toda la población de Valencia y Sevilla juntas. Todos empezamos a respirar aliviados. Vuelven los brotes verdes. Pero el árbol sigue sin raíces.

A la hora de planificar nuestro futuro teníamos dos modelos. Una posibilidad era convertirse en la nueva California, gran potencia económica mundial gracias a su liderazgo en aeronáutica, informática, electrónica, sede de las más rentables y revolucionarias empresas del siglo XXI, pero también puntera productora agrícola. La otra era transformarnos en la Florida europea, especializarnos en ser un espacio vacacional transfronterizo preñado de hoteles, urbanizaciones, restaurantes, bares, discotecas, buen jamoncito, vino de calidad, sol y playa, jubilados renqueantes, bajos precios e ínfimos sueldos. Elegimos ser Florida. Es una opción aceptable pero inestable, pues el turista va y viene, cambia de gustos, de prioridades. Puede salir corriendo hacia otros destinos más ventajosos y dejarnos con el bungaló a medio vender. Además sale cara, pues consume a toda velocidad cantidades ingentes de recursos naturales, de paisaje y paisanaje, de cultura. Podríamos buscar una opción intermedia, pero está complicado. Gastamos ingentes dinerales y sacrificios en formar a nuestros mejores jóvenes para luego regalárselos a otros países. Por el contrario, en apenas una década de crisis hemos alcanzado la mayor tasa de ninis de toda la UE, veinteañeros que ni estudian ni trabajan. Ellos serán, en teoría, quienes pagarán nuestras pensiones. Lo llevamos claro.

Según Naciones Unidas, el desarrollo sostenible es la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Suena complicado, pero es sencillo de explicar: no te gastes lo que no es tuyo. No hipoteques el futuro de quienes están por venir, incluidos hijos y nietos. Aunque una cosa es entenderlo y otra cumplirlo. Estos de la ONU no conocen el dicho español: "El que venga detrás que arree".

Y vaya si arrearán. Buenos berrocales de granito. Porque repetimos los mismos errores. La otra semana me decía el alcalde de una pequeña localidad turística: "Desarrollo sostenible sí, pero desarrollo a fin de cuentas". En su opinión y la de muchos dirigentes políticos, si en España tenemos casi una tercera parte del territorio protegido, las dos terceras partes restantes quedan libres para hacer en ellas lo que nos dé la gana, sin interferencias de Madrid o Bruselas. Yo le pregunté si desarrollo a cualquier precio y él me miró asombrado, sabedor de que el precio lo ponen los mercados y no nosotros.

El mismo día de mi turbada conversación con el edil, ya por la tarde, asistí a un coloquio con el poeta Luis García Montero, referente intelectual de otro modelo de vida más humano y humanista. En su opinión, la verdadera amenaza de las democracias es el neoconservadurismo devorador de cultura y futuro, el de pan para hoy y hambre para mañana. Él apuesta por un desarrollo con raíces, más pausado. Pero como explica en su poemario La intimidad de la serpiente, el reptil se siente abandonado en lo más profundo de la ciudad sin ojos pues, frente a los nuevos tiempos y sus valores, hemos decidido dejar de morder la manzana de los sueños.

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