CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

¿Qué porras estamos comiendo?

El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios, en la redacción de 20minutos.
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios, en la redacción de 20minutos.
JORGE PARÍS
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios, en la redacción de 20minutos.

La porra, lo mismo es el palo de dar mandobles de un policía que un gran churro con levadura. Según el diccionario etimológico de Corominas, el origen de esta palabra podría venir de puerro, al que ambos instrumentos de tortura tanto se parecen. Y los tres tienen en común lo incierto de su origen, pues no tenemos ni idea de lo que llevan dentro. Respecto al instrumento policial, prefiero no catarlo ni hacer preguntas. Con el puerro y las porras solo tengo dudas. ¿De qué están hechos?

Un puerro es un puerro, diría mi suegra. Pues no, y bien que lo sabe ella. Entre los que trae del supermercado, empaquetados dentro de una bandeja de poliespán, y los atadijos comprados en la feria de San Simón de Sahagún, gigantescos y con un increíble tallo retorcido, la diferencia es todo un mundo. Tampoco los leoneses son todos iguales. Cuando pruebas los cultivados en huertas ecológicas, que han pasado los rigores del invierno semienterrados en la arcillosa tierra para lograr el blanqueo de su tallo, recién arrancados, guisados con agua y sal, regados con un aceite de oliva extra virgen igualmente ecológico, lloras de emoción culinaria.

Y de las porras mejor no hablar. Ni menos preguntar al churrero. ¿Qué harina usas? La más barata, por supuesto. Refinada y ultraprocesada, muchos nutricionistas la conocen como el veneno blanco. Sin fibra ni apenas minerales o vitaminas, está especialmente diseñada para engordar o enfermarnos, que a la larga viene a ser lo mismo. De progenie dudosa a partir de grandes graneles, quizá esa harina venga de la India, China o Rusia, vaya usted a saber en qué condiciones.

Porras fritas en aceite. ¿Qué tipo de aceite? De cocina, te responderá el churrero sin inmutarse señalando la gran lata de grasa industrial en cuya etiqueta campa la imagen de un sonriente cocinero. ¿Oliva, girasol, maíz, colza si acaso? Qué va. Usará el terrorífico aceite de palma, malo para la salud y una tragedia para el medio ambiente. Igual que lo usan los grandes fabricantes en su bollería industrial, comidas preparadas, pasteles, helados y hasta en las papillas y leches infantiles.

Pero esto está cambiando. Muchos preferimos comprar menos ropa barata, cambiar menos de móvil, y comer mejor. El consumo de alimentos ecológicos se ha disparado. Nuestro país es líder en cuanto a superficie destinada a una producción para la que no se utilizan sustancias de síntesis como insecticidas o herbicidas. Ya hay dos millones de hectáreas cultivadas según sus cuidadosos estándares. Y numerosas explotaciones ganaderas abanderan una carne sin químicas extrañas ni antibióticos. Aunque de momento la mayor parte de estos alimentos tan saludables los exportamos a otros países como Francia o Alemania. Mientras un suizo gasta al año 221 euros en comprar productos orgánicos, un español apenas llega a los 22 euros.

Si te parecen caros, por lo menos deberíamos leer más cuando vamos de compras. No hay más remedio. Buscar cual policías la letra pequeña de las etiquetas, sacando las gafas y hasta la lupa pues cada día es más pequeña, no sé si adrede o por culpa de la presbicia. Y preguntar más. Educar a nuestros camareros y cocineros favoritos. Que sepan que no nos tragamos cualquier cosa. Que nos gustan los pimientos del Bierzo, las alcachofas de Tudela, el queso Idiazábal elaborado con leche cruda de oveja de raza latxa (los de leche pasteurizada son los zombis de los quesos, están biológicamente muertos) y el jamón ibérico de raza pura y alimentación natural en dehesas. ¿Te parezco un sibarita? Pues hacemos lo mismo con las denominaciones de origen del vino y las variedades de uva empleadas y nadie se escandaliza. Los grandes chefs lo saben. Por eso nos ofrecen alimentos de proximidad y en ecológico como la mejor prueba de la calidad de sus platos. Si ellos pueden, nosotros también. Aunque solo sea para que la porra del desayuno no nos atice un terrible porrazo en el hígado.

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