CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Saborea la huerta, la despensa más suculenta de Europa

César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.

Todo lo que tiene de pequeña, menuda, delicada, lo tiene Esperanza de hacendosa. A sus casi 80 años no para de trabajar en esa huerta de Villandiego (Burgos) que se reparten los dos hijos pero que es ella la que cuida diariamente con el mismo cariño de madre que derrocha con sus ya talluditos retoños. Hoy salió de paseo, aprovechando la fresca de este agosto donde igual te hielas que te asas, y a punto estuvo de olvidarse regar. Pero como explica, al pasar por la ermita, la mismísima Virgen de Lourdes le recordó la tarea y regresó a toda velocidad con tiempo para dejar la tierra bien empapada antes de caída la tarde.

Allí me la encuentro, moviéndose ágil entre los surcos, arrastrando la manguera para llevar agua a donde haga falta, atando alubias, capando tomateras, recomponiendo hileras, arrancando malas hierbas. Las flores de los altos girasoles las ha cubierto con mallas de intenso color naranja, a modo de burkas, “para que los tordos no se me coman las pipas”. Un mirlo sale asustado debajo de uno de ellos. Y dos pequeños mosquiteros musicales, primeros viajeros nórdicos en migración hacia África, rebuscan pulgones entre las grandes hojas ante la atenta mirada del siempre peligroso alcaudón. Con los ciruelos no hay nada que hacer; las heladas tardías de esta primavera se llevaron toda la fruta. Pero el año viene en general muy bueno, generoso. Orgullosa, Esperanza me hace un recorrido casi turístico por la increíble variedad de su vergel abierto a orillas del humilde Arroyo Mediovino, inmenso para una sola persona.

Esta temporada la estrella son los pimientos en todas sus formas, tamaños y colores: de Padrón, italianos, piquillo, morrones y hasta guindillas de las que me regala unas generosas docenas que esa misma noche disfrutaré a la plancha en buena compañía. Todo en ecológico, pues uno de sus hijos tiene un bar en el barrio de Gamonal, me aclara, y le gusta regalar tapas de calidad a la clientela. Por eso lo de tener girasoles piperos, pero también buenas plantas de pepinillos que luego escabecharán y embotarán en casa. Las calabazas y los calabacines están que se salen, hermosos cual bodegón de Luis Meléndez. Hay matas de alubias verdes, blancas y negras. Tomates cherrys, de pera, de ensalada. De todo y todo bueno.

Tanta variedad no es frecuente. Ni tanta paz, porque entrar en la huerta de Esperanza, como ocurre en otras muchas de nuestros pueblos, es una de las sensaciones más maravillosas que puedes disfrutar en verano. El frescor del lugar con su humedad justa, la gran variedad de aves e insectos moviéndose de un lado para otro, multicolores flores desparramándose por el suelo o trepando por las cañas, esa mezcla de olores donde el de la cebolla se enreda con el de la menta y el perejil, la esponjosidad de la tierra fértil y una luz única de verdosos dorados no tienen parangón.

Durante décadas de prosperidad económica y abandono rural, las huertas de los pueblos cayeron en la incuria. Apenas un puñado de jubilados se aferraban a la azada, incapaces de quedarse en sus casas sin hacer nada. Sabios de esa bella arquitectura del surco, se habían convertido, sin saberlo, en los últimos jardineros de un paisaje tan evocador como biológicamente productivo, refugio de una impresionante reserva genética vegetal, un selecto banco de germoplasma conformado por todo tipo de variedades hortofrutícolas autóctonas manejadas con sabiduría científica por decenas de generaciones previas de antepasados.

Por suerte para todos, estos auténticos paraísos de la biodiversidad productiva vuelven a estar de moda. Y no solo gracias a entusiastas como Esperanza. Oler la tierra, trabajarla, recoger sus frutos, disfrutarla, sentirla empieza a revalorizarse. Las huertas reviven porque se vuelve a apreciar lo bueno, tomates y berenjenas que por fin saben a tomate y a berenjenas. Sus productos de kilómetro cero son la alegría de la huerta, un placer para quienes los cultivan, pero sobre todo para quienes los degustan. Por si todo ello fuera poco, resultan saludables fuentes de proteínas, vitaminas, minerales y fibra que contribuyen a reducir los riesgos cardiovasculares y disminuyen los niveles de colesterol, advierten los especialistas.

En las ciudades se desarrolla una revolución aún mayor. Muchos solares se han reconvertido en huertos urbanos. Incluso las azoteas y hasta las terrazas, antes estériles, se transforman ahora en cuidadas zonas de cultivo.

Las huertas educan a un creciente número de consumidores concienciados que a su vez instruyen a los mercados. Las empresas hortofrutícolas así lo han entendido y están haciendo grandes esfuerzos para que a los supermercados llegue una mayor variedad de productos con sabor a pueblo, de cultivos cada vez más respetuosos con el medio ambiente, más sanos, con una oferta en ecológico que va en aumento mientras reduce sus precios, apostando también por la proximidad y las variedades locales. Nada que ver con las anodinas ofertas de antes.

La participación del sector hortofrutícola en la producción vegetal agraria española va en aumento como consecuencia de esta tendencia creciente en toda la UE de consumo saludable y que ya supone el 67% de la producción vegetal final. Somos la huerta de Europa. Un cambio que igualmente tiene positivo reflejo en el paisaje, pues al ocupar una parte relativamente pequeña de la superficie agraria (tan solo el 9 por ciento), evita la puesta en cultivo de grandes extensiones de terreno.

Lo tenemos todo para ser felices disfrutando de las huertas y consumiendo sus joyas gastronómicas, pero existe un problema grave: a los españoles cada vez nos gustan menos las verduras. Producimos y exportamos, pero no consumimos. De hecho, salvo en restaurantes vegetarianos, lo normal en los menús es ofrecer carne o pescado. Los pocos vegetales propuestos casi nunca son frescos, resulta prácticamente imposible que haya productos locales, que la ensalada no lleve pollo o atún, que los postres no sean bombas caloríficas de grasas de palma con cantidades exageradas de azúcar en lugar de frutas de temporada.

Según la Federación Española de Asociaciones de Productores y Exportadores FEPEX, el consumo de frutas y hortalizas frescas en España va en retroceso. Especialmente en los hogares con niños, donde estos productos prácticamente ya no forman parte de su dieta, a excepción de las horribles patatas fritas.

Este problema se podría solucionar acercando a los más jóvenes a las huertas, haciéndoles partícipes de su cuidado y recolección, de tal forma que empiecen a disfrutar comiéndose una zanahoria recién arrancada de la tierra o de unas cerezas cogidas directamente del árbol. Huertas escuela. Cuánto por aprender en ellas. Y cuánta salud.

No hay más que ver a estos sabios huertanos caminar felices con la azada al hombro, canturreando, olvidando problemas y enfermedades, regresando a casa satisfechos con carretillas bien surtidas de ricos alimentos que luego coronarán suculentos guisos y ensaladas ilustradas. Benditas huertas. Bendita Esperanza.

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