La periodista Aminda Leigh no salía de su asombro. Moderaba el jueves en Bruselas una conferencia organizada por la Comisión Europea sobre el futuro de la agricultura. En ella se explicaba cómo los extraordinarios avances tecnológicos de la digitalización, el internet de las cosas, los satélites y radares o los teléfonos móviles están revolucionado el mundo rural.
Entre los participantes había distinguidas personalidades como el comisario europeo Phil Hogan o el ministro japonés Hiromichi Matsushima. Pero la periodista estaba entusiasmada con el proyecto de la investigadora vasca Deitze Otaduy, robotizar granjas avícolas para mejorar sus producciones, reducir el consumo de antibióticos y aumentar el bienestar animal.
Una tecnología compleja que puede controlarse desde internet. ¡Pollos con wifi!, se maravillaba Leigh.
La albaceteña Anna Osann todavía emocionaba más a los presentes explicando su proyecto Fátima. Una potente aplicación para teléfonos móviles que te señala en tiempo real dónde, cómo, cuándo y cuánto hay que regar o fertilizar cada metro de una finca.
Pero vino el joven ganadero belga Jannes Maes y nos echó un jarro de agua fría. "Está claro que el móvil va a ser mi principal herramienta de labranza", aseguró, "pero si en mis fincas no tengo conexión de datos, no me sirve para nada, lo puedo tirar".
Tiene toda la razón. La mitad del mundo rural no tiene acceso a internet. ¿Para qué quieren los pollos, las lechugas, los pimientos conexión wifi?
Aunque Maes también nos explicó que no es suficiente. Hace falta dinero, mucho dinero, para implementar esas tecnologías. Y gente joven con ganas de desarrollarlas. Complicado. Más que techos de cristal, en el campo hay duras losas.
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