
Suena fantástico, casi idílico: pasemos juntos una noche tropical. Playa iluminada por la luna, entre cocoteros, disfrutando de un mojito mientras suena música caribeña. Pero no es eso. Todo lo contrario. La noche tropical es un infierno, meteorológicamente hablando. Noches tórridas donde las temperaturas no bajan de los 20 grados, esas que te impiden dormir pues acabas soñando entre sudores con meterte, almohada incluida, dentro del frigorífico.
La ola de calor que nos llega el miércoles va a ser un ejemplo de la maldad de tal fenómeno. Los más afortunados, económicamente hablando, dormirán con el aire acondicionado y se pillarán un fuerte resfriado. El resto irá a su trabajo sin haber descansado lo suficiente, de mala leche y peor cara. Los que estén de vacaciones no lo pasarán mejor; si no duermes bien, no disfrutas.
Ocurre incluso en mi Burgos natal, donde en días de dura canícula cuando –como dice mi madre– "los pájaros se caen de calor", siempre llegaba la tarde, soplaba el cierzo y al final tenías que dormir con manta. Eso era antes. Las noches tropicales también empiezan a ser allí frecuentes. En Canarias, Cádiz o Almería ocurre unas 90 veces al año. En Madrid o Zaragoza, unas 30 veces. Por culpa del calentamiento global cada vez llegan antes, son más frecuentes y desaparecen más tarde. Así no hay quien duerma.
Y lo peor está por venir. Según cálculos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), antes del 2100 el número de noches tropicales se habrá duplicado en la región del Mediterráneo. ¿Te imaginas no poder dormir bien una cuarta parte del año? Porque mucho me temo que el método ibérico de cerveza y terraceo nocturno no va a poder evitarlo.
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