CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

El feísmo mata el paisaje

El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.
CJP
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.

Ya lo dijo el escritor Paul Theroux: “El turista no sabe dónde ha estado y el viajero no sabe a dónde va”. Pero todos buscamos paisaje allí por donde vamos, ya sea natural, urbano o cultural. Y lo fotografiamos compulsivamente tratando de inmortalizar el momento, haciéndolo nuestro gracias a los selfis, prueba inequívoca de que estuvimos allí, de que como acertadamente señaló Azorín, el paisaje somos nosotros.

Porque el paisaje no es un mero concepto estético, geográfico o biológico, aquel terreno que vemos desde un sitio concreto. El paisaje es todo eso y mucho más. Es el alma de la tierra, un complejo producto del tiempo, de la evolución geológica, biológica e histórica de un lugar, de la herencia de nuestros antepasados, pero también de las generaciones futuras. A fin de cuentas, el paisaje es un bellísimo libro abierto repleto de claves sutiles donde se nos revela lo que somos, nuestro propio sentido de la vida adaptado con singularidad extraordinaria a un entorno siempre especial, exclusivo, irrepetible. También nuestro sentimiento particular, esa diferente percepción que cada uno tiene al enfrentarse a la contemplación de un mismo territorio.

Y es que los seres humanos somos cazadores de paisaje. Contemplarlo nos hace felices, pues todo paisaje es emocional o no es nada. Lo sabían como nadie los pintores impresionistas, esos bohemios que a finales del siglo XIX se lanzaron al campo pertrechados de lienzos, paletas y colores con la quimérica misión de inmortalizar el instante. Y vaya si lo consiguieron. Compruébenlo visitando estos días en CaixaForum Madrid la exposición Impresionistas y modernos, las obras maestras de la Phillips Collection. Los paisajes de Manet, Courbet, Sisley, Van Gogh, Degas nos hacen llorar de emoción. Pero muy probablemente, si los buscáramos ahora, si nos pusiéramos en los mismos lugares desde donde estos artistas los inmortalizaron hace más de un siglo, nos echaríamos a llorar. Están destruidos. Han caído bajo el peso del hormigón y el mal gusto.

Porque el paisaje se está muriendo. Es un ecosistema más en peligro de extinción en el mundo, el más estético pero también el más orgánico, el más frágil, cada día más arrinconado ante la pérdida irreversible del buen gusto, la invasión de las chapuzas, el feísmo de unos y el burrismo de los otros. No tanto en Francia, donde se le protege como elemento fundamental de identificación del país y su cultura, donde el terroir, como ellos lo llaman, es bandera de orgullo y secreto de la calidad de sus vinos y quesos, hijos indiscutibles de la grandeur francesa. O del impecablemente bien cuidado paisaje inglés. La matanza inmisericorde del paisaje la perpetramos diariamente en España, precisamente el país que más debería cuidarlo pues un alto porcentaje de su economía depende de un turismo que acude en masa a su reclamo.

Mi primer profesor de Historia del Arte gustaba coleccionar fotos de atentados al paisaje, ya fueran estos naturales o artísticos. En su particular galería de los horrores abundaban las balaustradas de hormigón, los remiendos de ladrillo, el cablerío imposible y las infames esculturas de rotonda. Ahora el listado es más interminable y horrendo que nunca, con playas de juguete donde antes había roquedos y ciudades de cartón donde antes había playas, eucaliptos en lugar de encinas y robles, autopistas y vías del AVE desangrando territorios vírgenes, tendidos eléctricos descuartizando espacios protegidos, gigantescas naves industriales en pueblos sin industrias, bosques de aerogenerados sobre aldeas deshabitadas o incultos paisajes bastardos a la sombra de palmerales exóticos regados por goteo, flores tropicales y arquitecturas espurias a caballo entre Bali y California. Perdemos paisaje, que es nuestra cultura, y sólo nos damos cuenta de ello cuando vamos a hacer la foto desde un mirador y no hay manera de sacarla sin que se vea esa mierda de torreta.

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