CARMELO ENCINAS. DIRECTOR DE OPINIÓN DE '20MINUTOS'
OPINIÓN

Malamente

Imagen de Sánchez e Iglesias durante la segunda y definitiva votación de la investidura del candidato socialista.
Imagen de Sánchez e Iglesias durante la segunda y definitiva votación de la investidura del candidato socialista.
EFE
Imagen de Sánchez e Iglesias durante la segunda y definitiva votación de la investidura del candidato socialista.

Ese cristalito roto yo sentí como crujía. Este arranque de la canción de Rosalía nos brinda la metáfora del debate de investidura de Pedro Sánchez. Tal y como sigue la copla, antes de caerse al suelo ya sabíamos que se rompía.

Sánchez e Iglesias no se quieren, lo que en política no es condición indispensable para llegar a un acuerdo de coalición, pero sí resulta imprescindible un mínimo de confianza mutua, y Pedro y Pablo no se fían ni un pelo el uno del otro. En tales circunstancias un gobierno bicolor se negocia malamente.

A pesar de ello, nadie imaginaba que el líder de Podemos se lo fuera a poner tan crudo al aspirante desatando una tormenta de reproches desde el minuto uno de su intervención. "Al menos disimule", le espetó a Sánchez recriminándole por haber pedido la abstención a PP y Ciudadanos. Esa petición despertó todos los fantasmas del líder de los morados, que escenificó un furibundo ataque de cuernos como nunca había conocido la Cámara. Iglesias, que ya venía caliente de casa tras aceptar a regañadientes el veto a su presencia en el Consejo de Ministros, llegó a descolocar al candidato cuando procedió a destapar los entresijos de una negociación que ambas partes trataron de mantener en el más absoluto secreto.

"¿Qué nos han ofrecido?", bramó Iglesias, "explíqueselo a la Cámara". Así dinamitaba un compromiso de discreción que en apariencia había allanado el camino para el acuerdo, en abierto contraste con las tres entrevistas personales inútiles que ambos líderes mantuvieron.

El que no hubiera prácticamente debate sobre las propuestas presentadas en el largo discurso del presidente en funciones ya reveló hasta qué extremo la clave de la investidura no estaba en el programa de gobierno, sino en el reparto de poder. "El mundo no empieza ni acaba en usted, señor Iglesias", le dijo Pedro. "Si no hace una coalición con nosotros no será nunca presidente", le contestó Pablo. La testosterona se masticó en el aire.

La derecha decía que todo era "teatrillo" y que al final Sánchez "vendería España" y con ese ruido de fondo, que algunos se tendrán que comer, el negociador de Podemos le pidió al PSOE una vicepresidencia para Irene Montero, como condición previa para sentarse a hablar, y tras ella cinco ministerios que controlan el cien por cien de los ingresos públicos y la mitad del gasto. Los socialistas destaparon cómo al "socio preferente" le hizo la boca un fraile hasta exhibir una ausencia de sentido de la realidad impropia de los modestos resultados que obtuvo en las elecciones. Iglesias quiso gobernar en el gobierno y rompió la cuerda. Algunos en IU hablan ya de suicidio político.

Su último golpe de efecto desde el estrado reclamando las políticas activas de empleo –mayoritariamente traspasadas a las comunidades autónomas–, revela lo osada que puede llegar a ser la ignorancia. "Quiere conducir un coche [le dijo Adriana Lastra] sin saber dónde está el volante".

Es verdad que el aspirante llegó al Pleno de investidura con lo puesto y que los apoyos a izquierda o derecha hay que trabajárselos bastante más, pero la relación entre Sánchez e Iglesias no parece ya que pueda cambiar. Entre ellos no existe la menor confianza, sintonía intelectual ni respeto personal alguno. De haber prosperado la coalición PSOE-UP habría nacido muerta. Y así se gobierna malamente.

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