CARMELO ENCINAS. DIRECTOR DE OPINIÓN DE '20MINUTOS'
OPINIÓN

Un Gibraltar indecente

Imagen del Peñón de Gibraltar desde la Línea de la Concepción.
Imagen del Peñón de Gibraltar desde la Línea de la Concepción.
GTRES
Imagen del Peñón de Gibraltar desde la Línea de la Concepción.

Es obvio que la diplomacia británica no jugo limpio sobre Gibraltar en la negociación del brexit. También que la lealtad con España del negociador europeo Michel Barnier dejó mucho que desear y que nos la intentaron clavar con nocturnidad y alevosía. Prueba de ello fue el manejo de los tiempos en la difusión del tratado al que tuvo acceso el ministro principal gibraltareño con insultante antelación sobre el Gobierno español. A nuestra diplomacia no le cabía otra opción que la de plantarse hasta obtener garantías de que la futura relación del Reino Unido con la UE nunca incluiría Gibraltar y que la suerte del Peñón dependería siempre de lo que negociaran Londres y Madrid.

El pulso no debió ser fácil de sostener, pero la cumbre de ratificación peligraba y se pusieron las pilas. El triple documento de la Comisión, el Consejo Europeo y el Reino Unido –que España arrancó al final–, precisa que nunca saldrá acuerdo alguno sobre la roca sin el beneplácito de España.

A partir de ahí, sorprenden, por no decir abochornan, las interpretaciones tan opuestas sobre la validez del documento y que van desde la sobreactuada satisfacción de la Moncloa, hasta la delirante de Génova calificándolo de traición histórica. Los políticos siempre yerran cuando se instalan en los extremos donde rara vez reside la razón .

A las proclamas de Theresa May, jactándose en Westminster de su victoria ante Sánchez sobre Gibraltar, se contraponen, entre otras, las del ministro alemán de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, afirmando que toda la UE considera que las garantías obtenidas por España son "jurídicamente vinculantes". Puede que los documentos fueran incluso mejorables, pero es difícil imaginar que con las referencias y el reconocimiento expreso de quienes los firman haya dudas de su eficacia en caso de conflicto. Distinto es que la premier británica necesite exacerbar su patrioterismo para defender un tratado que patentiza hasta qué punto el Reino Unido hace con el brexit un pan con unas tortas. Quienes propugnaron la salida deberían esconderse bajo las piedras. Algo en lo que no incurrió en su día el Gobierno gibraltareño sabedor de que cualquier acontecimiento que abriera el melón sobre el estatus de la roca, y el brexit lo hace, le perjudicaría.

Con ser ignominioso el mantenimiento de la única excrecencia colonial que existe en Europa, como así la considera la propia ONU, lo más aberrante es el uso que sus autoridades hacen de ella. Estructurado como un paraíso fiscal, Gibraltar vive onerosamente de las sociedades offshore, el juego online y los beneficios del contrabando de tabaco lo que, además de atraer a numerosos tinglados relacionados con el crimen organizado, fagocita la economía española, en general, y la andaluza, en particular. Los puestos de trabajo trasnacionales que mantiene no compensan, ni de lejos, el daño que causa al interés general y eso es lo que España ha de combatir a cara de perro. Porque lo peor no es que ondee la Union Jack sobre esa roca, sino que lo que acontece bajo ella, con la bendición del Reino Unido, sea indecente.

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