Dice Marta Rovira, secretaria general de Esquerra Republicana y buena aficionada a la retórica tenebrosa, que "vendrán días muy oscuros y terribles para Cataluña" si los partidos independentistas no ganan las elecciones.

Es ciertamente oportuna su referencia a los días oscuros, pero se equivoca en el tiempo verbal: los días oscuros han empezado ya en Cataluña, que está viviendo la campaña electoral más triste y menos luminosa de su historia. Un candidato en prisión, otro en rocambolesca huida de la justicia, unos presumiendo de chulos, otros jugando a la carta más alta de ganar aunque solo sea por un voto, algunos oteando el horizonte, a ver por dónde sopla el aire, y casi todos empeñados en la muy castellana costumbre de mantenella y no enmendalla, mientras se empobrece la comunidad y llegan a 3.000 las empresas que se han marchado a otras comunidades.

¿Le parece a Marta Rovira poca oscuridad? ¿Le parece que no son días suficientemente terribles los que esta viviendo esa sociedad? Pase lo que pase, los catalanes van a ejercer el derecho a decidir —eso es exactamente lo que harán el día 21, conforme a los usos democráticos vigentes— sumidos en las tinieblas y en algo peor todavía: la falta de expectativas. Pase lo que pase, las urnas certificarán lo que ya sabemos: que al cabo de varios años de procés la población está desconcertada y dividida. Nadie con mínima cabeza, sensibilidad o sentido de la historia puede afrontar con entusiasmo esta campaña en la que, gane quien gane, todos hemos perdido ya demasiado y los que más han perdido son, precisamente, los catalanes.

Respecto a las causas por las que han llegado esos ‘días oscuros’, también yerra Rovira. No ha sido ni será nunca por el éxito electoral de una u otra opción: en el ejercicio de la política sigue estando la solución a los problemas creados por los políticos, y los catalanes, que lo saben, van a ir a votar en masa. Si están en entre tinieblas no ha sido por eso, ha sido porque unos líderes sin sentido de la medida, incapaces de sopesar las consecuencias de sus actos, salieron alegremente a proclamar la independencia, en contra de la legislación vigente, y se metieron a sí mismos y metieron a la sociedad que les había dado el poder en un callejón sin salida. Les puede servir de atenuante, pero no de eximente, la miopía que en los años anteriores tuvieron otros, los que alimentaron el monstruo con su dejadez y avivaron el magma emocional envolviéndose en sus propias banderas. Pero los hechos son los que son: en el túnel actual se metieron ellos solitos y ellos son, en el día de la fecha, tan responsables como todos los demás de buscar la correcta salida.

Aunque en el pasado están los cimientos del presente, de poco sirve mirar atrás y recordar que todo empezó el día en que un Tribunal Constitucional contaminado por la política partidista anuló una reforma sancionada por el Parlament, el Congreso de los Diputados, el Senado y los votantes catalanes.

Ahora toca mirar al futuro. ¿Qué hará usted para que vuelvan a Cataluña las 3.000 grandes empresas que se han ido? ¿Qué hará para corregir las cifras de empleo y crecimiento económico, donde ya están haciendo mella los acontecimientos de los últimos meses hasta el punto de que las previsiones son la mitad que las de España? ¿Qué hará para que regresen los turistas y disminuya ese porcentaje de parados cuya cantidad exacta ignoran usted e Inés Arrimadas? Y, en definitiva, ¿qué hará para recuperar la concordia entre los catalanes a los que han hecho soñar con una Cataluña independiente, aun a costa de quedar fuera de Europa, y los que quieren mantener el actual estatus o desean revisarlo, pero sin traumas ni espasmos?

Los candidatos que atinen en la respuesta a esas preguntas no solo tendrán posibilidades de sacar un buen resultado: tendrán posibilidades de sacar a esa sociedad de la oscuridad. Es lo que importa.