Con el mismo desparpajo con el que Federico Trillo ha dicho que "España no fue a la guerra de Irak" podía haber preguntado:

-¿Pero es que hubo una guerra en Irak?

Los protagonistas de la Historia tienden a hacer con esa Historia lo que todos hacemos con los selfies: si no nos vemos guapos, los borramos. Trillo, que era entonces ministro de Defensa, no se ve guapo en la foto que los españoles –empezando por Alsina, que lo entrevistaba en Onda Cero- guardan en la memoria de aquel periodo histórico. En esa foto el presidente Aznar se da el pico con los promotores de hazaña bélica, se retrata contentísimo con ellos en la cumbre de las Azores, donde decidieron la invasión militar, y defiende la intervención con vehemencia, con ilusión incluso (basta ver los videos) y con argumentos:

-Créame: en Irak hay armas de destrucción masiva.

Aznar no sale especialmente guapo en el informe Chilcot, un estudio oficial realizado en el Reino Unido que, al cabo de siete años de trabajo, ha presentado sus conclusiones: el origen del desaguisado, que seguimos pagando, pudo estar en unos datos erróneos de los servicios de espionaje pero los atacantes "no agotaron las soluciones pacíficas" antes de invadir Irak, sus referencias a las armas de destrucción masiva "se presentaron con una certeza que no estaba justificada" y socavaron la autoridad del consejo de seguridad de la ONU porque presionaron para el uso de la fuerza, sin apurar las demás alternativas. El informe desvela que en febrero de 2003, con la invasión ya decidida, el británico Blair y el español Aznar pergeñaron "una estrategia de comunicación que mostrara que hacían todo lo posible para evitar la guerra", porque tenían, y lo sabían, a la opinión pública en contra.

Esa opinión publica estaba mosqueadísima, sobre todo la española, y ésta es la parte más interesante de este asunto en el que, por una vez, la Historia da la razón al sentido común. El Informe Chilcot dice lo que entonces decía todo el mundo: que aquella fue una decisión errónea, precipitada, sin fundamento y sin medir las consecuencias. Que en Irak no había armas de destrucción masiva y los promotores de la guerra estaban manejando ese argumento con la misma ligereza con la que se pasaban por el forro de los cañones el criterio de la ONU. A los ciudadanos no les gustan las guerras, en general, pero mucho menos las guerras injustas. Cientos de miles de españoles salieron a la calle gritando que aquella era una guerra ilegal e injusta. Docenas de analistas se desgañitaron advirtiendo que iba a generar más problemas de los que pretendía resolver, como efectivamente ha ocurrido.

La verdad es que hubo guerra y que España fue a esa guerra. Si los soldados españoles "no dispararon una bala", como dice Trillo, es porque llegaron tarde o estaban en otras cosas. Las guerras no las hacen las compañías de zapadores y las primeras líneas de infantería; se hacen también en la retaguardia, en las bases, los estados mayores, los servicios de inteligencia, las cancillerías, los ministerios y las presidencias de los gobiernos.

Ignoro si Aznar mintió conscientemente, como sugiere ese informe, pero metió a España en esa guerra injusta en contra del criterio de algunos de sus ministros, como Rodrigo Rato, y el de la inmensa mayoría de los ciudadanos, que lo expresaban en las calles, los programas de radio y las iglesias. Servidor de ustedes, que cogía las llamadas de los oyentes en una tertulia radiofónica, se hartó de hablar con monjas que no salían de su estupor: ¡como un señor tan piadoso hace semejantes cosas!

Esa es la más importante enseñanza para quienes ahora están intentando encarrilar, con notable torpeza, los problemas de este país. El error de Aznar no fue interpretar mal unos datos ni querer hacerse en la Historia un hueco que no le correspondía. Su mayor error fue actuar en contra del criterio de los ciudadanos a los que representaba.