Ahora sí. Ahora van a tener que pactar, aunque les cueste. No porque lo digan los votantes (los votantes han dicho cosas muy diferentes y por eso el mapa político está como está, partido en cachos) es porque lo dice la lógica: cuando de las urnas no salen mayorías claras, esas mayorías deben formarse en el parlamento, por la vía del diálogo y los acuerdos. No será fácil montar una mayoría de gobierno sobre la base de 137 escaños, que son los que tiene el partido más votado, pero al país no le interesan otras elecciones y a ellos, tampoco. Subráyese ese factor, que es decisivo: si no hay terceras elecciones es porque a los partidos políticos no les interesa. Algunos pensábamos ya así después del 20D ("a ninguno le conviene asumir el riesgo de perder cinco escaños y quedar fuera de juego", escribí en su día) pero luego hemos visto que al menos dos apostaban por volver a las urnas, convencidos de que era lo que más les interesaba; a uno le ha salido la apuesta mejor que al otro.

Han cambiado muchas cosas en estos meses y en estas elecciones, que le bajan los humos a los emergentes, dan un respiro a quienes durante décadas sustentaron el bipartidismo, rejuvenecen políticamente a Rajoy, aunque parezca increíble, y ponen en una disyuntiva incómoda al PSOE: ¿Hará posible, con su voto o su abstención, la proclamación de Rajoy como presidente? Tras las elecciones de diciembre, nadie en el Partido Socialista contemplaba semejante posibilidad:

-Si Pedro Sánchez permite que el Partido Popular siga gobernando ese mismo día le mando el acta de concejal y el carné del partido- decían entonces veteranos y activos socialistas.

Hoy, todas las posibilidades están abiertas. Las urnas han puesto a cada cual en su sitio, también al Partido Socialista, al que ni interesa una tercera convocatoria electoral ni interesa quedar fuera de la mesa en la nueva partida que está empezando. Ahora lo que le toca –como a Podemos, salvando las distancias- es reagrupar fuerzas, contabilizar bajas, enterrar con dignidad a los muertos, aclarar las ideas, corregir las estrategias y hacer los cambios necesarios en el Estado Mayor de una organización que está en los niveles de representación más bajos de su historia. Restablecer, en fin, la conexión rota con buena parte de su electorado y administrar el patrimonio que han puesto en sus manos los votantes que le quedan: la capacidad de decir la última palabra en el proceso de pactos políticos que empieza. De cómo gestione Pedro Sánchez ese patrimonio, alumbrado por el Comité Federal del dia 9, depende el futuro de su partido.

Eso sí, aunque el PSOE tenga la última palabra, quien debe decir la primera es Mariano Rajoy, que encabeza la lista más votada y esta vez no podrá negarse a intentar formar gobierno cuando se lo encargue el Rey. Tras las elecciones de diciembre de 2015 ni siquiera se bajó del autocar, pero ahora tendrá que echar pie a tierra, ponerse la camiseta y sudarla en el campo, recordando y aplicando las leyes básicas de toda negociación: pactar es ceder y a quien algo quiere, algo le cuesta. En esta ocasión no tendrá más remedio que mirar de frente a Pedro Sanchez y Albert Rivera (o pedirle que lo haga con discreción un intermediario, si es que no lo ha hecho ya) y plantearles la sencilla pregunta:

-¿Qué quieres a cambio?

Son muchas las respuestas que podría dar a esta pregunta cualquiera de los partidos de la oposición... incluido Podemos, que en dos años se ha convertido en la tercera fuerza parlamentaria con 71 escaños que, aunque les parezcan pocos, son muchísimos. No hay por qué pensar que esas respuestas tengan que estar necesariamente contaminadas por el interés partidista o la miseria política imperante. Aunque suene a viejuno, a lo largo de la Historia se han dado casos, incluso en España, de líderes y partidos políticos que han fijado cerrado acuerdos pensando en el interés general, no solo en el propio.