CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

La murga de los currelantes

Hubo un tiempo en el que una generación de jóvenes españoles decidió obedecer a los poetas en lugar de obedecer a los militares, que eran quienes mandaban entonces, o a los jefes de la OJE, organización juvenil del partido fascista gobernante, que también mandaban mucho. Esos poetas, a quienes ponían voz los cantantes, hablaban de derribar estacas, "galopar, hasta enterrarlos en el mar" o "hacer camino al andar". Tan solo un disco de Serrat con poemas de Machado, en 1969, hizo más por la democracia que todas las manifestaciones juntas. Multitud de jóvenes y adolescentes se apuntaron a la idea de construir su propio futuro, de ser los dueños de su destino, de hacer camino al andar.

En tiempos de dificultad, cuando fallan las referencias éticas convencionales, no está mal volver la vista hacia los poetas, los cantantes, los cómicos, los artistas: a quienes llaman las cosas por su nombre y saben decir, con las palabras justas, sin demasiados rodeos ni concesiones a la corrección política, las grandes verdades que agitan el corazón y mueven el mundo. No está de más volver la vista incluso a aquellos cantantes y poetas que en el tránsito de la dictadura a la democracia estaban en la primera fila de la Historia, enseñando, por ejemplo, a amar en libertad:

Libre te quiero

Como arroyo que brinca de peña en peña

Pero no mía

Cuarenta años después de que el filósofo zamorano Agustín García Calvo escribiera esos versos, que invitaban a amar desde el respeto absoluto a la libertad de la persona amada, muchos adolescentes expresan hoy su amor con el máximo símbolo de la propiedad: un candado. ¿Hemos retrocedido, desde entonces? En algunas cosas, sí. Desde luego, conductas que son noticia diaria no lo serían si las relaciones de pareja se ajustaran a las propuestas que hacía García Calvo hace cuarenta años. Y también nos habríamos ahorrado la repetición de las elecciones si, en lugar de mirarse al ombligo y dar constantes ruedas de prensa, esas que siempre empiezan por poner a parir al contrincante, los encargados de formar gobierno se hubieran preguntado:

- ¿Qué es lo que quiere la gente? ¿Qué es lo que esperan de nosotros nuestros votantes?

La respuesta está en otros versos, los que escribió en 1977 el granadino Carlos Cano en La murga de los currelantes:

Se acabe el paro y haya trabajo

Escuelas gratis, medicina y hospital

Pan y alegría nunca nos falte

Que vuelvan pronto los emigrantes

Que haya cultura y prosperidad.

Es tan solo una modesta proposición, pero seguro que ayuda a despejar dudas a quienes están pensando en los pactos venideros. Dígame usted si hay un solo votante de uno solo de los partidos que no aplaudiría un acuerdo con esos puntos, que forman parte del genoma de nuestra convivencia y son el resultado del esfuerzo de varias generaciones de españoles. Y no digamos si en el estribillo la palabra cacique se sustituye por la palabra corrupto:...

- que ya está bien de chupar del bote

- ¿Con el corrupto qué vamos a hacer?

- Que le vamos a dar pico pala, chimpún

- Y a currelar, paraban paraban paraban pan pan

Por cierto, que además de reclamar unos servicios públicos universales y eficaces o la vuelta de los emigrantes (con más razón ahora, que se han ido los mejor preparados), en 1977 se reclamaba cultura, una palabra ausente del lenguaje político actual, pero no del de aquel periodo histórico, tan denostado como desconocido, que llamamos Transición.

No te quepa duda y no les quepa tampoco a esos señores de la patronal y del Banco de España que quieren seguir metiendo el dedo en los ojos a los asalariados: si en lugar de reventar puentes y mear el territorio, como acostumbran, los políticos buscaran acuerdos sobre las propuestas de Carlos Cano, que son valores de la Transición, de la Constitución y del mejor espíritu democrático europeo, todo sería mucho más sencillo. Y conste que sencillo, lo que se dice sencillo, después del 26-J no va a haber nada.

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