CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

Insensibles

Imagen de archivo de una manifestación contra la violencia machista.
Imagen de archivo de una manifestación contra la violencia machista.
EFE
Imagen de archivo de una manifestación contra la violencia machista.

Supongo que no me pasa solo a mí. Senderista habitual, cuando leo que un hombre se ha perdido en el monte enseguida pienso en una mala tormenta o un mal paso. Cuando es una mujer quien se extravía inevitablemente me asalta el temor de que pueda haber topado con una mala bestia, y no precisamente un jabalí.

Es lo que hay. Es lo que se deriva de un problema social grave en el que no hay discusión ideológica ni guerra de cifras que valga: los crímenes machistas existen, sus víctimas son mujeres y los criminales son hombres, ya se trate de parejas, exparejas o desconocidos, en solitario o en manada.

Su existencia está desde hace siglos vinculada a la ley troglodita del más fuerte y a la consideración de la mujer como propiedad del varón. Increíble que haya ciudadanos que no se sumen con decisión a quienes han puesto pie en pared para intentar superar este problema. Más asombroso aún el empeño de ciertos políticos, tertulianos y columnistas por quitarle importancia.

No sé si es ignorancia o es maldad, pero es manifiesta falta de sensibilidad. Las víctimas de la violencia machista no son solo las personas asesinadas, maltratadas o violadas, sino también otras muchas: las que viven con miedo.

El miedo (al marido borracho, al exnovio celoso, al maltratador suelto, a hacer deporte, a ir a una fiesta, a andar sola por la calle...) es el mayor enemigo de la libertad y de la felicidad, como bien saben los terroristas y los dictadores, que usan la violencia para provocar temor y aprovechar sus efectos paralizantes.

Quienes defienden lo indefendible en relación con la violencia machista no solo son insensibles al crimen, sino también a la infelicidad de mujeres con las que conviven.

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