CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

El marrón de la boda de mi amigo

Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.

El fin de semana pasado me tocó ir de boda. Se casaba Pedro, un buen amigo que hice en Londres la temporada que pasé allí aprendiendo inglés, cuando no sabía qué hacer con mi vida y ya no me quedaban más cosas que estudiar. Hace ya más de una década de eso en la que Pedro y yo tampoco es que no hayamos visto mucho. Es que él vive en Málaga y yo en Madrid, aunque manteníamos el contacto con likes en Facebook y cervezas cuando coincidíamos en el mismo punto del mapa. Pero Pedro me llamó a principios de año para contarme que estaba enamorado y se iba a casar por todo lo alto a finales de primavera. Lo primero que pensé fue "Mierda, otra boda que me va a salir por una pasta", pero él estaba ilusionadísimo así que le di la enhorabuena y dejé para más adelante lo de encontrar una excusa para faltar al bodorrio.

Pasaron los meses y a mí se me olvidó la fecha de la boda, que soy de los que no usan agenda. Cuando Pedro volvió a llamarme, para pasarme las direcciones de los hoteles en los que podía quedarme, ya sólo faltaban unas semanas para el enlace. Además, me pidió que fuera uno de sus testigos, que le hacía ilusión contar entre las firmas con la de su antiguo compañero de piso londinense. Ahí ya sí que me dio apuro decirle que me rajaba, así que acabé en una tienda de alquiler de chaqués. En Internet decía que los tenían por 60 euros, pero esos eran sólo los muy pequeños o los muy grandes. Además, me tocó comprarme una camisa de las de gemelos, que soy de los que van a trabajar en vaqueros, unos zapatos de vestir y una corbata que ya pagué con la tarjeta de crédito.

La compra de los billetes del AVE a última hora fue un atraco a mano armada, y encima la boda era en viernes y yo tenía trabajo del que no me podía escapar, así que llegué a Málaga con el tiempo justo para escuchar el "sí, quiero". Durante el cóctel pude pegarle un abrazo de enhorabuena a Pedro y conocer a la novia, pero el resto de los invitados querían hacer lo mismo, así que me quedé como el impar de la cola de la montaña rusa, sonriendo a ver si alguien se quería poner conmigo. Después me tocó sentarme en la típica mesa que hay en todas las bodas con los descartes que no conocían mucho a los novios, pero que se sentían con el compromiso de estar allí. También como en todas las bodas, las botellas de vino corrieron rápido y para cuando llegamos el postre ya éramos todos bastante amigos.

Los novios hicieron el paseíllo por las mesas y los invitados la entrega nada disimulada de sobres para echarles un cable ahora que empezaban la vida. Claro que estos pasaban de los treinta y televisor ya tenían... Eso lo dijo por lo bajini la novia de uno del trabajo de Pedro que llevaba toda la boda de morros. También se le escapó que el menú que nos habían servido no valía los doscientos euros que habían soltado por cabeza. Aunque a todos se nos olvidó el dineral por el que nos había salido la boda cuando llegó la barra libre, el momento Paquito el chocolatero, y las fotos en el fotomatón junto a los cuñados con la corbata en la cabeza. Entonces, me di cuenta de que, aunque había llegado allí solo, me lo estaba pasando bien. En realidad, una boda es un planazo.

La última copa me la tomé con Pedro. Nos pusimos nostálgicos con aquel tiempo en Londres, cuando lo de casarnos era algo que a nosotros no nos iba a pasar y los colegas que hicimos estando lejos de casa eran el centro de gravedad. Nos prometimos que nos veríamos más, pero cuando me subí en el tren de vuelta ya sabía que no lo cumpliríamos.

Es imposible tener cerca a toda la gente que fue importante en tu vida en el pasado. Me ha ocurrido con grandes amigos del colegio, la universidad o los que conocí en Londres. Amigos a los que quieres, pero con los que cada vez se posponen más las quedadas porque la vida... La vida es así. De muchos de ellos me despedí en sus bodas, tomando una copa y recordando viejos tiempos. Es un adiós que sale por una pasta, pero ese pasado en el que los amigos fueron el centro de gravedad no tiene precio.

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