CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

La crónica del treintañero: 'Cine de verano, bocatas y Frigopiés'

Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.

La otra noche llevé a mis sobrinas al cine de verano. Estuvimos en uno de esos que hay por la periferia de Madrid viendo una película de animación, de estreno y bastante chula. Las sillas eran comodísimas, acolchadas como si fueran butacas, y la película se veía fenomenal, que era una copia digital con sonido de ese envolvente. Las niñas y yo nos pusimos las botas en la terraza, en la que servían unas hamburguesas a la parrilla riquísimas y helados de los que pones toppings. Cuando en la pantalla salió lo de 'Fin', me llevé a mis sobrinas de vuelta a casa sin que dejaran de hablar de lo muchísimo que les había gustado el cine de verano. Disimulé, pero la verdad es que no podía parar de pensar que habíamos estado en un cine al aire libre, pero no en uno de verano.

El de verdad era al que yo iba cuando tenía la edad de mis sobrinas, en Jávea, un pueblo de Alicante en el que me pasaba con mis hermanas la mañana en la playa y la tarde en la piscina. Por las noches salíamos a tomar un helado al paseo, saltábamos en las camas elásticas y, las mejores de ellas, íbamos al cine de verano cargados con bocadillos de tortilla con pimientos y filetes empanados. El programa siempre era doble, con una primera película para niños, de dibujos o aventuras, y la segunda para los mayores. Ponían de todo, aunque no eran los últimos estrenos; nosotros vimos allí a Indiana Jones buscar el arca perdida cuando ya había estado de visita en el templo maldito. La pantalla no estaba curvada, sino que era tan lisa como una fachada. De hecho, era la fachada del edificio de enfrente así que de vez en cuando se paseaban por la cara de los actores una salamandra.

Nos sentábamos en sillas de esas de Coca cola, duras como piedras, aunque con los cojines que llevábamos las convertíamos en tronos. Había que llegar temprano para coger las primeras filas, que las de atrás estaban pegadas al proyector y ese sonaba como los de antes... Por el haz de luz bailaban los mosquitos y las polillas, pero lo mejor era que cuando se acercaban al objetivo la película se convertía de pronto en una de monstruos. El sonido lo soltaban unos cuantos altavoces que no tenían la potencia suficiente como para impedir que escucharas a la gente con la que compartías la película. En el cine de verano todos hacíamos ruido con el papel plata de los bocatas, y hablábamos, y lo mejor era que nadie chistaba. A todos nos parecía bien escuchar si una señora había reconocido al actor de otra película, si un niño tenía pis (ese podía ser yo) o la bronca que le caía porque se estaba portando fatal y era la última vez que le llevaban al cine (ese también podía ser yo). En cuanto nos zampábamos la cena, empezaban los paseíllos para ir al puesto de los helados a por un Frigopié. Luego te entraba el frío, que en la playa por las noches refresca, pero ahí estaba tu madre cargada de rebecas que te obligaba a ponerte.

Cuando se acababa la primera película, llegaban los ruegos a nuestros padres para que nos quedáramos a ver la segunda, aunque fuera un pestiño para mayores del que no nos íbamos a enterar de nada. Lo importante era que íbamos a estar por ahí hasta bien tarde. Mis padres al final siempre cedían, pero porque sabían que nos quedaríamos dormidos en la silla. Entonces ellos se comían los helados que habíamos dejado a medias, se daban la mano y empezaban a disfrutar de su noche en el cine de verano. Nos llevaban a casa en brazos y, al día siguiente, cuando nos despertábamos los tres en el sofá cama del apartamento de alquiler, les pedíamos que nos llevaran otra vez por la noche al cine de verano. Y vuelta a empezar.

Quizás mis sobrinas, que vieron una película de animación por ordenador con sonido dolby comiéndose una hamburguesa, a los treinta y tantos escriban la historia de cuando su tío las llevó al cine de verano con la misma nostalgia que lo estoy haciendo yo ahora. Ya se sabe que lo importante no es lo que ocurrió, sino cómo lo viviste. Durante el verano, cuando eres pequeño, todo es de película.

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